jueves, diciembre 28, 2006

Banderas al viento

















* 'Naufragio', de J.M.W. Turner
... y de fondo: 'Adagio para cuerda', de Samuel Barber.
(http://www.goear.com/listen.php?v=028a02b)

Aún puedo recordarlo todo. Atravesaba una etapa oscura y me sentía atrapado en mi propio contexto, asfixiado por un entorno cuyo aire estaba viciado, cargado por los años y las rutinas. Salir de la ciudad era la única solución al problema. Las ecuaciones de mi vida tenían demasiadas incógnitas, había demasiados borrones en la hoja de cálculo, demasiados errores por despejar. Quería contemplar el cuadro desde una posición elevada, abstraerme de aquella realidad, alejarme de mí mismo.

Las heridas eran demasiado recientes y dañaban incluso los buenos recuerdos. La maldad tiene el pernicioso poder de contaminar a su opuesto. Mientras la imagen del cristal se desgastaba un poco más cada mañana, la deriva se apoderó de mi rumbo, y no pude darme cuenta de que los mejores momentos habían quedado tan lejos hasta que fue demasiado tarde para regresar. Con ellos quedaron atrás los tripulantes de la travesía por el mar del exilio. Sólo tuve tiempo de sostener un pequeño papel entre mis dedos, y aferrado a él, no tuve más remedio que remar hacia algún nuevo destino.

Al llegar a la costa británica pensé que la tristeza se había ido también conmigo por ser familiar de la nostalgia, porque el paisaje era nuboso y gris (como nubosa y gris era mi vida). La lluvia dio la bienvenida a quien nunca había querido formar parte de un océano tan profundo y extenso. El naufragio tuvo la tentación de visitarme, pero quiso esperar a que la sed fuera salvaje y las fuerzas escasas. Pasaron las horas, los días, las noches, y pensé que todo mi esfuerzo había sido en vano, que era imposible volver a una isla que no aparece en los mapas. Al borde de un ataque de desesperanza, vulnerable al golpe de un mar infiel a las buenas intenciones, estuve a punto de irme a pique contra las rocas de la realidad. Banderas negras al viento.

En el último suspiro de la felicidad que desprendía mi primer pasado, último nutriente que aún no había terminado de consumir, pude verlos. Fue entonces cuando aparecieron y entre la niebla se dibujaron siluetas, y entre mis pensamientos ilusiones. Con esfuerzo abrí los ojos, pues creía que todo había sucedido, y encontré manos ofrecidas dispuestas a ayudarme. Tras contarles mi odisea, su silencio fue cómplice de mi desahogo. Las palabras justas y precisas son a veces las más necesarias y cualquier ánimo de venganza quedó olvidado. El rencor que sitiaba mi mente no tuvo otra salida que la retirada, y el dolor hubo de morir en la arena. Una segunda oportunidad otorgó un fulgor reluciente a mis ánimos. Nuevos tiempos para comenzar a navegar con nuevas velas. Las noches en la cantina, el frente común contra los forasteros (que nunca fuimos nosotros), las fiestas de ron y canciones, las langostas, la caza de brujas. El resurgir. El alma restaurada.

Los amigos que me rescataron en la costa noroeste de Inglaterra me dieron muchas cosas, aunque ni siquiera ellos saben cuántas. Las cartas de navegación no pueden limitarse al papel, al igual que no hay diques capaces de retener todo el peso de un océano interior que ansía desbordar cualquier abismo. Desde hace meses surco nuevos mares, pero aún siento adherido a mi piel el salitre de aquellos días, y aún hoy, siempre que la tormenta me sorprende lejos de tierra firme busco aquella etapa, brújula de mi presente y mi futuro, para no sucumbir a los embistes de esta vida. Tengo la esperanza de que volvamos a encontrarnos en algún puerto. Y quiero pensar que tendré la ocasión de solventar mis deudas y compartir lo que conquistamos.

Banderas blancas al viento.

lunes, diciembre 25, 2006

El paso del tiempo

















... y de fondo: 'What I Am To You', de Norah Jones. (http://www.goear.com/listen.php?v=33b4301)

Los cuerpos son tan frágiles que aprovechan cualquier oportunidad para ordenar a sus cerebros que les otorguen un descanso. Para conseguir su propósito conocen fórmulas infinitas, una de las cuales es la lesión. Un pequeño esguince aquí, un catarro allá... y consiguen sus vacaciones, los muy astutos... Mi cuerpo debía de estar agotado porque mi tobillo dijo 'basta' hace dos meses y aún se muestra tan perezoso como los niños que no quieren despertar.

Los días sin obligaciones laborales pueden ser largos y aburridos o tremendamente entretenidos. Estas semanas he fortalecido mis alianzas con los discos y los libros que esperan, en mi estantería, su oportunidad para brillar. La desesperación de los primeros días dio paso después al consuelo de tener el tiempo necesario para reflexionar que normalmente no tengo. Y he pensado en muchas cosas. Curiosamente, cuando menos puedo hacer son más las cuestiones que quisiera solucionar. Pero no puedo más que tumbarme en el tiempo a esperar mejor ocasión. ¿O estoy mejor ahora?

Lo cierto es que no añoro el sonido del despertador, ni la indeseable compañía de alguna persona con la que comparto oficina, ni las corbatas, ni los zapatos, ni el atasco de las siete y media en la circunvalación. Tampoco extraño a aquel camarero mal encarado de la cafetería del polígono industrial, ni a las industrias ni a sus gerentes. Ni siquiera echo en falta las horas al volante en las que me acompañan Ryan Adams, Josh Rouse y Quique González, amigos que me siguen acompañando en la convalecencia, desde el equipo de mi habitación, lejos del acelerado ritmo que impone la callle. Por ella circulan personas disfrazadas de lunes a viernes en horario comercial, parejas de baile de la necesidad y los escrúpulos.

Sin embargo, aunque disfruto de la tranquilidad que me ha regalado este paréntesis, echo de menos pasear al final del día por la ribera del río, lejos del tráfico y del ruido, y saborear el café con leche muy cremoso de la cafetería de la esquina. Rastrear las estanterías de las librerías en busca de un nuevo descubrimiento, o en las tiendas de discos que siguen perteneciendo a aficionados a la música, como el viejo amante del jazz de la calle Águilas o el rockero de Duquesa, que cada mes tiene reservado bajo el mostrador mi ejemplar de Mondo Sonoro. Tengo ganas de reunirme con mis amigos en el Café Botánico y en la taberna escocesa de nuestro amigo melenudo los viernes por la noche. Así dejarían de 'protestar' por tener que venir a mi casa; los domingos no son iguales sin una sesión de cine, ni los jueves sin los conciertos en el rincón privilegiado del Pícaro.

Te echo de menos a ti.

El paso del tiempo es lento pero progresivo y cada día que pasa hace alejarse cien a los fantasmas y acercarme un poco más a lo que quiero intentar ser. Sin ellos, por fin, me he quedado a solas conmigo y los colores bañan de calor las imágenes más frías de cada noche.

Deja el trabajo, deja aquella caótica ciudad y ven conmigo... ¿cuándo vuelves? Te esperan una mente descansada, una canción de Norah Jones y un corazón de alta en el acantilado.

domingo, diciembre 17, 2006

La segunda despedida













... y de fondo: "This One's For You", de Ed Harcourt.

Me salvaste. Apareciste cuando mis pensamientos creían que no ibas a llegar, cuando todas mis esperanzas se habían marchado, junto a mi inocencia, y me habían dejado solo.

Son extraños los hallazgos. Si no esperas encontrarlos, cristalizan. Si los buscas con ahínco y decisión, nunca son tan buenos como imaginaste. Y, sin embargo, aquella noche, cuando había desistido en mi búsqueda, te vi junto a las columnas. O quizás tú me viste, porque mi desconfianza y yo hacíamos entonces una buena pareja. Contigo volvieron antiguos sentimientos que se habían cansado de mí. Volvió el que nunca debió haberse ido, para exiliar al rostro que contemplaba en un espejo demasiado oscuro. Demasiado parecido a lo que nunca quise ser.

Después no pude evitar crecer y perseguir aquello que hasta entonces sólo había imaginado, y tuve que sacrificarnos. Sobraron los motivos y sobró la verdad, aunque hoy sigo pensando que faltó la palabra. Recorrí las experiencias necesarias para caminar con sentido en alguna dirección, aunque todavía no sé dónde llegaré cuando pasen estos años. Tal vez por eso no he querido soltarte. La posibilidad de volver a un pasado feliz otorga seguridad en la misma proporción en que resta valor para afrontar un presente inestable y un futuro incierto. He aprendido que debo despedirme de ti. He recordado que debo olvidarte para seguir adelante, aunque siempre voy a llevarte en mi equipaje.

Me salvaste. Llegaste cuando más necesitaba encontrarte. En nuestra primera despedida alquilaste una habitación en mi memoria. Si realmente faltaron, ahora tienes las palabras.

No quiero perder las llaves. Quédate el tiempo que quieras.

martes, noviembre 28, 2006

Las señales azules















... y de fondo: "There's Always Sunday", de Karen Matheson.
( http://www.goear.com/listen.php?v=87bffd7 )

Algunas veces la lluvia provoca que el cristal se empañe. Entonces, el tenebroso paisaje exterior desaparece y permite que, durante unos minutos, no tengas más remedio que mirar lo que tienes más cerca de ti. Al fin y al cabo, no se ve nada más allá de la ventana. Algo hay que hacer. Cuando no tengo otra opción que pensar en mí, intento recuperar lo bueno que he tenido, aquello que vuelve de modo recurrente. Cuando no puedes ver nada, siempre hay un punto de luz que irradia desde las entrañas para iluminar los días oscuros.

Las caídas son peligrosas, pero es necesario recuperarse pronto de los daños que producen. Como cuando eres un niño y estampas tus codos raspados contra el suelo. Sólo hay que esperar la señal de salida adecuada para coger impulso y volver a empezar, a afrontar un nuevo reto que nos pregunte hasta dónde queremos llegar. Allí arriba, donde esperan mis ilusiones, el lugar al que mis pasos me dirigen a pesar de la fuerza contraria, es donde quiero quedarme.

He estado demasiado cansado para caminar y, sin embargo, he caminado. A veces he sido demasiado indeciso, pero he tomado decisiones. No hice nada por retenerte y, sin embargo, nunca te has alejado (a pesar de la distancia). Sigues cerca de mí y conoces cuál es el destino, el punto de llegada. Las curvas hacen más difícil el sendero pero, ya ves, las sorteo como puedo. Ahora que sé que la dirección contraria siempre busca su origen y vuelve al mismo lugar, mantengo el rumbo firme.

Ha dejado de llover y el cristal ha perdido su estado translúcido. Saldré y te esperaré al final de esta calle. No tardes, que quiero hablar contigo.

No te dije que te quedaras, y sin embargo me ilusiona tanto que vuelvas...

jueves, noviembre 02, 2006

El viento de regreso


... y de fondo: 'Lullaby', de Beth Rodergas.
( http://www.goear.com/listen.php?v=69d5278 )

Hoy he recuperado la memoria perdida y he podido contemplar todo aquello que no he tenido contigo. La oportunidad es una persona que se lleva mal con el tiempo. Y yo, aficionado a recrearme con el segundo, tiendo a ser descortés con la primera. No puedo decir que sepa elegir el momento adecuado, o que sepa identificarlo.

Las últimas semanas has rondado mis pensamientos, pero no he sido capaz de dar el paso necesario para volver a verte. Realmente me arrepiento tanto de cómo hice las cosas... Sin embargo, todo se ha precipitado y ahora nada es importante. Caminé hace tan poco tiempo por el mismo sendero que ahora recorres tú que aún me duelen los pies. Soy torpe en los momentos que requieren cualquier cosa menos torpeza, y en el intento de ocultar mis defectos procuro ofrecer todo lo que tengo. Hoy te lo ofrezco todo a ti.

Cuando pensaba que sólo fuiste el viento que despeinó mi conciencia has vuelto para azotar al rescoldo que queda de nosotros en un rincón de mi cabeza. Quizás pienses que no importa nada, pero a veces he soplado a esa esquina para evitar que desapareciéramos. Hoy que hay tormenta tengo la esperanza de que el viento vuelva a agitar los árboles, a pesar de ser otoño. Puede que las hojas se caigan y dejen de ocultarme.

Qué fácil podría ser. Qué difícil me resulta todo.

viernes, octubre 13, 2006

El niño de Motril


... y de fondo: 'Older Chests' de Damien Rice.
(http://www.goear.com/listen.php?v=dbb415c)

Recorrer las carreteras cada día durante varias horas tiene algunas cosas buenas. El trabajo me ha llevado esta mañana hasta Motril, un pueblo de la costa granadina. Digo pueblo porque siempre lo ha sido, aunque desde hace poco ya es considerado una ciudad por su alto número de habitantes. Y supongo que ya no tiene mucho de pueblo. Ha perdido el aroma de barriada pequeña en la que viven los trabajadores del puerto y ahora las hordas de coches provenientes de Granada llegan temprano y se van tarde. Los restaurantes están completos y las tabernas donde sirven 'pescaíto' frito y pulpo conviven con los locales de comida rápida. La rivalidad con la capital sigue latente. Y el carácter recio y en ocasiones tosco de muchos de sus habitantes también. Pero eso es Motril, sus peculiaridades, sus defectos, sus virtudes...

Cuando ha terminado la reunión, causa de mi visita, quedaban tres horas hasta la siguiente cita, en Molvizar, otra población del interior pero cercana a la costa, así que he preferido almorzar en Motril. Antes de entrar al restaurante he paseado por algunas de sus calles. He ido a Las Explanadas, parque flanqueado por hileras de palmeras y terrazas con sillones de mimbre para tomar café por las tardes, cuando la brisa es más agradable. Allí hay niños aprendiendo a montar en bicicleta con sus padres, ancianos reunidos en torno a bancos de mármol y estudiantes que han terminado sus clases. Después he cruzado la calle y he ido a la Plaza de la Aurora, situada a unos escasos cien metros de distancia. Su trazo es irregular y no queda claro si está más cerca de asemejarse a un trapecio o a un triángulo. Bloques de cuatro pisos la bordean, y unos arbustos escasos y mal cuidados que pretenden ser un jardín dan cobijo en su centro a uno de esos toboganes verdes antiguos cuya pintura ha perdido todo su brillo por el desgaste del tiempo y el uso. Hay tierra en el suelo y los niños hacen cola para subirse al columpio. Las madres los observan tranquilamente unos metros más allá. Se escuchan gritos infantiles y carcajadas inocentes que aún no necesitan ser forzadas.

Desde el banco en el que estoy sentado, con el nudo de la corbata aflojado, el primer botón de la camisa libre y las mangas hechas un buñuelo, observo que otro niño dobla la esquina de forma apresurada y se dirige hacia el tobogán, pero al advertir que está ocupado viene a sentarse justo a mi lado, no sin antes lanzarme una mirada interrogatoria e inquisitiva. Parece un poco desconfiado, o tal vez sea una excesiva timidez encubierta. Creo que mi gesto ha sido conciliador porque finalmente se ha sentado a esperar su turno. Mide poco más de un metro, cuenta unos cinco años de edad, tiene el pelo negro y ondulado, aunque parece que demuestra cierta rebeldía ante el peine. Viste un chándal azul marino con franjas blancas y unas zapatillas desgastadas por darle patadas a un balón. El cordón de una de ellas está desatado, pero no parece importarle. Cuando le aviso me da las gracias en un tono casi inaudible e intenta anudarlo con un resultado tan desafortunado que al final opta por esconderlo en el interior de la zapatilla para que no le estorbe.

Tras unos minutos, ha observado cada movimiento y cada persona de la plaza para sentir que controla la situación. Tras ello, dirige los ojos al primer piso del bloque que tenemos enfrente. Asomada al balcón, su madre aguarda a que le dé la señal. "No hay peligro, puedes estar tranquila. Yo soy todo un hombrecito", parece pensar el niño. La madre, comprensiva pero madre, le regala una sonrisa y permanece inmóvil. "Está hecho un hombrecito, cómo pasa el tiempo". Después de este intercambio de gestos, la mirada del crío se pierde en algún lugar del universo y sus ojos quedan fijos en algún punto disperso. Ha dejado de estar en esta plaza. La imaginación que le proporciona su corta edad lo ha transportado a algún planeta propio en el que es un superhéroe o un valeroso guerrero. Corre más rápido que nadie, tanto como un caballo de pura sangre, es capaz de volar y tiene poderes extraordinarios como la telepatía. Reflejos de su afición a las películas de aventuras y de ciencia ficción, a los cómics y a los libros de piratas.

Al cabo de unos minutos parece volver a la realidad porque unas niñas de su edad están jugando cerca de nosotros y cuchichean entre ellas. Él, de repente, parece sentirse muy incómodo y su timidez se multiplica ante la embarazosa idea de que lo estén mirando a él. Yo experimento una sensación curiosa y divertida, un poco traviesa también. Todos hemos sido niños. Cuando observo que baja la cabeza y comienza a mover las piernas de manera alborotada y nerviosa, me decido a hablarle: "¿Es tu novia?". Sus mofletes comienzan a enrojecerse y casi me arrepiento de haberle hecho sentir tanta vergüenza, pero después de dudar un instante acaba por contestarme: "No, pero es guapa ¿verdad?". Una vez pasado el mal trago, sus ojos huidizos retornan a sus zapatillas y al cordón mal atado. Duda si volver a intentar anudarlo, pero parece desechar la idea y su mirada vuelve a perderse en el vacío.

Ha pasado un rato y los chicos del tobogán se han marchado por fin, momento que aprovecha el pequeño para acercarse y trepar por la escalera. Las vocecitas de las pequeñas féminas son constantes, y a medida que ellas aumentan el volumen de sus risitas, la cabeza del niño se acerca un poco más a su pecho, aunque el flequillo oculta su rostro. Si dependiera de él, toda la plaza estaría vacía. El tobogán es un compañero ideal porque no le pregunta nada, no emite risas incómodas y le permite ser el protagonista único y absoluto de sus aventuras. Han transcurrido unos minutos y parece que, con gran esfuerzo por su parte, ha conseguido aislarse del entorno para marcharse de nuevo a 'su' mundo. Al menos, eso es lo que parece por sus gestos: Imita el sonido de las explosiones desde el punto más alto del columpio y después se lanza por la pendiente de cabeza, ahogando el grito desesperado de un soldado en la batalla. Cae al suelo y vuelve a subir, corriendo tanto como si temiera que otros le arrebataran su castillo. Su madre, mientras tanto, continúa en la garita haciendo guardia y las niñas siguen mirándolo con curiosidad, sorprendidas y enrabietadas porque no les hace caso. Este niño es tonto, dicen sus caras. Pero a él ya no le importa nada, no hay nadie que interrumpa sus fantasías.

Él no lo sabe aún, pero dentro de unos meses su padre será destinado a un hospital de Granada y tendrán que marcharse a vivir a la capital. Sufrirá al principio, pero acabará siendo muy feliz en su nuevo colegio, donde encontrará compañeros de aventuras y una plaza más grande, con más jardines y más columpios. También con más niñas malvadas dispuestas a intimidarlo, algo que conseguirán con frecuencia. Atravesará momentos difíciles cuando sea mayor y otros serán mejores, pero todos le harán ser más fuerte. Viajará por otros países, conocerá a muchas personas con las que compartirá sentimientos de amistad y con las diablillas experimentará otro tipo de aventuras en las que no siempre será tan valiente pero sí tan ingenuo. Aprenderá de su paso por trabajos diferentes con los que no siempre disfrutará, pero crecerá en él la afición por escribir que hoy ya ha nacido en su interior. En un par de años, plasmará sobre el papel aventuras fantásticas e imposibles en las que sus amigos son valientes corsarios que buscan tesoros escondidos. En sus años de facultad, las historias cambiarán de protagonistas y de argumentos.

Él no lo sabe aún, pero dentro de veinte años volverá a esta plaza, pero ya no encontrará los dañados arbustos, ni el viejo tobogán verde, ni las diabólicas niñas. Ni siquiera existirá la Aurora que él conoce ahora. Sólo podrá ver una plaza desierta con cuatro bancos de diseño moderno en los que la gente nunca querrá sentarse y nadie se tomará un descanso en la plaza de su infancia. Sin embargo, no podrá frenar sus deseos de resucitar la memoria, aquellos recuerdos de su niñez que quedaron grabados para siempre en su mente, y cuando vuelva a la ciudad por motivos de trabajo querrá sentarse en uno de esos asientos que nadie utiliza. Y no verá nada, salvo el balcón del primer piso del bloque de enfrente con las persianas bajadas porque nadie habitará la casa desde la que su madre lo vigila hoy. Y, en ese preciso momento, cuando el dolor haga mella en su corazón, lo verá todo: el tobogán, los arbustos, las niñas... Las imágenes serán una cascada de sentimientos que irán a morir a sus ojos y lamentará que aquellos momentos se hayan alejado tanto, que la niñez sea tan fugaz y tan peligrosos los recuerdos...

Entonces, preso de la nostalgia, se verá a sí mismo doblando la esquina.


"La verdadera patria del hombre es su infancia"´
(Rainer María Rilke)

jueves, septiembre 28, 2006

Luces de cruce














Cuando el viento nubla el horizonte
los recuerdos destierran al olvido
y me impiden caminar.

Cuando pienso en los días que no estás
echo en falta las noches que me fui,
en plena madrugada.

Cuando llamaste a mi puerta
intenté abrir las cerraduras
que ya estaban soldadas.

Cuando el pasado me aprieta
mis llagas no tienen cura
ni mi cuento un fin feliz.

Cuando das vida a mis recuerdos
lanzo aquel temor al tiempo
y pienso tanto en ti...

Escondiéndome de mis palabras,
de las luces que no llegan
de los cruces en que esperas.

Escondiéndome de mí.

viernes, agosto 18, 2006

La fugacidad de la luz















Las luces que ayer brillaron se han consumido,
y las sombras susurran de nuevo seductoras.
Espero encontrar aquello que hizo prender mi ánimo,
porque hoy mis ilusiones sólo son cenizas.

Piedras y flores
















Puedo oír tu voz en la plaza desierta,
ya no crecen las flores para hacer la diadema
que corone tu nombre en los días de fiesta.

Y cuando vayan a romperte el corazón
bajo las banderas, piensa en mí.

Tal vez necesite tu amor
para mojarme los labios,
tal vez necesite tu amor
para barrer algún rincón
en mi diario de soldado raso,
tal vez necesite tu amor.

Ha salido el sol en las playas de Azenha
donde mueren las olas, entre flores y piedras.
Entonces nadie va a romperte el corazón,
sólo las cadenas, piensa en mí.

(Quique González)

domingo, julio 30, 2006

Castillos de papel

... y de fondo: 'Say Something Wonderful', de Budapest.
( http://www.goear.com/listen.php?v=99357ce )

Abro los ojos. Puedo verte con claridad, aunque me ha costado mucho tiempo encontrarte. Eres traviesa con los tiempos y procuras engañarme con frecuencia. Ahora que te has presentado el horizonte parece más despejado. Reconstruyo mis ilusiones y encadeno mis fantasmas a sus propios grilletes, porque todo parece real.

Pero el gesto se tuerce y la sonrisa se atasca. Mis labios emprenden el camino de descenso y mis ilusiones el de vuelta. Creo que nunca nos pondremos de acuerdo, pero mantengo la esperanza de que nuestros caminos se crucen durante unos metros más la próxima vez. Tal vez mañana hayas resuelto tus dudas y quieras llamarme. Tal vez sea tarde. El castillo de papel que había construido en torno a ti ya se ha derrumbado.

Cierro los ojos para creer que todo es mentira. Que no has sido descuidada, que no he apreciado ese gesto tuyo que lo destruye todo. Pero vuelvo a abrirlos, como lo hice al principio, y esta vez ya no estás.

"Quizá tú no me viste,
quizá nadie me viese tan perdido,
tan frío en esta esquina. Pero el viento
pensó que yo era piedra
y quiso con mi cuerpo deshacerse.
Si pudiera encontrarte,
quizá, si te encontrase, yo sabría
explicarme contigo".

(Luis García Montero)

martes, julio 18, 2006

Abrazos en la oscuridad















'Hope There's Someone', de Antony & The Johnsons.

Las despedidas son tan amargas...

Intentar escribir algo digno de ti es lo más difícil que me podían haber pedido. Basta con pensar en algún momento compartido contigo para que la emoción haga nudos de doble lazo en mi garganta. Son muchas las cosas que me regalaste sin esperar nada a cambio, a pesar de que siempre te he correspondido con mi cariño más sincero, tal vez el más honesto que le he ofrecido nunca a nadie.

Las heridas son más dolorosas cuando rasgan los sentimientos más puros y los recuerdos creados en la infancia son los que se esconden en los rincones más profundos de la memoria. Intento pasear por mi niñez para rescatar algunas imágenes tuyas y advierto que estás presente en cada recodo del camino que llevo recorrido.

Puedo regalarte todo el amor que te he profesado a lo largo de unos años que, hace tiempo, fueron los mejores de mi vida, un tiempo que me gusta desempolvar a menudo. Allí acudo en mis horas más bajas, cuando la desilusión y la tristeza hacen mella en mí. Si me quedo a oscuras busco la época en la que estaba con vosotros dos. Siempre encuentro un refugio seguro en vuestros brazos, que tanto consuelo me siguen ofreciendo años después, a pesar de que los recuerdos cada vez duelen más porque sólo son recuerdos, porque nunca podrá haber más de los que hubo.

Había tardes en las que te gustaba contarme historias de una época anterior para recobrar pasajes de tu vida que no querías dejar atrás. En esos momentos, asumía mi condición de confidente para conocer las promesas que os hicisteis hace muchos años. En aquellas charlas procurábamos no mencionar los nombres, porque las lágrimas acechaban tus ojos y, por qué no confesarlo, también acechaban los míos. Él siempre estaba presente entre nosotros... Lo quisiste tanto y lo añoraste tanto que nunca pudiste acostumbrarte a su ausencia, como no pudimos los demás, como no podremos acostumbrarnos a la tuya jamás.

Éstos últimos meses ya no podíamos charlar. Las visitas se espaciaron, pero encogió mi corazón. Quiero pensar que me perdonas, como tantas veces hiciste, igual que aquella mañana en que te hice sufrir como nunca te vería sufrir después. Aquel dolor se clavó en mi corazón como una daga afilada que dejó en mí la cicatriz que hoy acaricio cuando he de obrar con más prudencia. Ahora tengo una nueva herida, pero no quise ensuciar tu recuerdo. Espero que el tiempo cure mis remordimientos, porque ahora me azotan con toda su crueldad.

Las frases se quiebran al pensar en ti. Tal vez esto no sea lo mejor que he escrito, aunque sí es lo más sincero, aunque tú lo sabías todo de mí. Por eso voy a extrañarte tanto. Ahora tengo mis propias promesas que cumplir. Y voy a poner todo mi empeño en conseguirlo. Te lo debo a ti, os lo debo a vosotros. Quizás dentro de muchos años volvamos a vernos. Hasta entonces, el niño que fui seguirá buscando un abrazo tuyo cuando sienta miedo. Espero que me esperes. Espero que me recuerdes.

Recuérdaselo al olvido.

jueves, junio 15, 2006

Las heridas invisibles



















"Antes de que caiga mi avión
desengánchame.

Antes de perder el control,
desenrédame".

(Quique González, "Reloj de plata")


Las heridas invisibles nunca cicatrizan, Eva. Hay noches menos frías que parecen cerradas, pero mis pies, torpes, siempre encuentran el camino de regreso a los desgarros, excusas para verter las palabras que hacen fila en mi garganta.

Hoy, con el corazón aún en los bolsillos de mi pantalón, no sé qué hacer para ocultarlas. El silencio es enemigo de mis dudas, que alejan de mí a los rostros atrevidos, dispuestos a volar en picado hacia mis abismos. Apareciste tú, afilada como las esquirlas de las heladas más severas, para asomarte a mis pantanos e ir más allá de lo que siempre te quise mostrar. Doblegadas mis rodillas por el peso del miedo, desnudo de corazas, aparté la mirada y te vi marchar.

Aquella noche, en la plaza, derribaste casi todos mis castillos, antaño muros pétreos, ahora pedazos de papel al viento. Con los latidos golpeando las faringes, intenté retener el salitre en mis ojos, que mi voz no bailara entre las cuerdas, temblorosa, que no me vieras frágil, pero todo fue en vano. Te agradezco, claro, que disimularas el estrépito. Eso te lo debo, como tantas otras cosas.

Te siento aún, inmóvil, con tus ojos glaucos fijos en mí, descifrando mis códigos por última vez, esperando respuestas que nunca llegaron. Mis heridas, tan visibles ahora, se han abierto otra vez, hemorragias de noches más tristes que esta, y yo, tan perdido como suelo, no he tenido tiempo de llegar a ti. "Krabat, cuando una herida sangra, quiere decir que puede comenzar a curarse", me dijiste. Pero nunca te creí.  

Hay muchas formas de despedirse, pero creo que al menos eso lo hicimos bien.

¿Sabes, Eva? Ahora que han pasado las noches, como pañuelos fríos entre las fiebres, he descubierto que mis viejas heridas, aunque sangran, ya no encharcan mis pulmones, asfixiando a las frases que no pronuncio. Lo que me tortura en estas madrugadas en que ya no estás, es no ser capaz de suturarlas. Y me atormenta cavilar sobre los días que faltan hasta darme de bruces con las puertas cerradas, cavernas a las que nadie ha accedido, porque no recuerdo los caminos...

Cuídate mucho, amiga. Te echaré de menos.