jueves, junio 15, 2006

Las heridas invisibles



















"Antes de que caiga mi avión
desengánchame.

Antes de perder el control,
desenrédame".

(Quique González, "Reloj de plata")


Las heridas invisibles nunca cicatrizan, Eva. Hay noches menos frías que parecen cerradas, pero mis pies, torpes, siempre encuentran el camino de regreso a los desgarros, excusas para verter las palabras que hacen fila en mi garganta.

Hoy, con el corazón aún en los bolsillos de mi pantalón, no sé qué hacer para ocultarlas. El silencio es enemigo de mis dudas, que alejan de mí a los rostros atrevidos, dispuestos a volar en picado hacia mis abismos. Apareciste tú, afilada como las esquirlas de las heladas más severas, para asomarte a mis pantanos e ir más allá de lo que siempre te quise mostrar. Doblegadas mis rodillas por el peso del miedo, desnudo de corazas, aparté la mirada y te vi marchar.

Aquella noche, en la plaza, derribaste casi todos mis castillos, antaño muros pétreos, ahora pedazos de papel al viento. Con los latidos golpeando las faringes, intenté retener el salitre en mis ojos, que mi voz no bailara entre las cuerdas, temblorosa, que no me vieras frágil, pero todo fue en vano. Te agradezco, claro, que disimularas el estrépito. Eso te lo debo, como tantas otras cosas.

Te siento aún, inmóvil, con tus ojos glaucos fijos en mí, descifrando mis códigos por última vez, esperando respuestas que nunca llegaron. Mis heridas, tan visibles ahora, se han abierto otra vez, hemorragias de noches más tristes que esta, y yo, tan perdido como suelo, no he tenido tiempo de llegar a ti. "Krabat, cuando una herida sangra, quiere decir que puede comenzar a curarse", me dijiste. Pero nunca te creí.  

Hay muchas formas de despedirse, pero creo que al menos eso lo hicimos bien.

¿Sabes, Eva? Ahora que han pasado las noches, como pañuelos fríos entre las fiebres, he descubierto que mis viejas heridas, aunque sangran, ya no encharcan mis pulmones, asfixiando a las frases que no pronuncio. Lo que me tortura en estas madrugadas en que ya no estás, es no ser capaz de suturarlas. Y me atormenta cavilar sobre los días que faltan hasta darme de bruces con las puertas cerradas, cavernas a las que nadie ha accedido, porque no recuerdo los caminos...

Cuídate mucho, amiga. Te echaré de menos.