viernes, diciembre 19, 2008

Un (estúpido) momento de tristeza


Y yo... ¿cómo he vuelto a estar aquí?

martes, octubre 21, 2008

Perdidos


... y de fondo: 'Lost (Acoustic Version)', de Coldplay (http://www.goear.com/listen.php?v=7867d3d).

Al amanecer, contemplé los precipicios. Divisé las decisiones que se astillaron en mi garganta, las zanjas que cavé para enterrar las soledades. Y sin saber cómo he vivido allí todo este día, traicionado por el ánimo que se esconde tras las nubes de octubre. En días como este desearía detener el aire, congelar los pasos de los transeúntes y las varas de medir las vidas. Me gustaría no pensar en las losas que separan mi portal de la mitad de aquella calle y sentirme perdido, por no saber adonde ir, por no tener que estar en ningún sitio.

Si lograra evaporarme, iría a rescatarte de la ciudad que te abruma. Si mañana no tuviera que ser responsable, guardaría poco equipaje en la mochila y me sentaría en uno de los últimos asientos de un autobús destartalado rumbo al norte. Miraría por la ventana la manera de alejarse las montañas, el vaho de los cristales en la madrugada. Escucharía con detenimiento el ronroneo del motor cascado. Vería las imágenes de la película de los años ochenta, pero no usaría los auriculares. Haríamos una parada en un pueblo solitario, seguro, y los viajeros saldrían bostezando para amontonarse en la barra del bar y pedir cafés con leche, sin azúcar. Al emprender la marcha, recorrería las rectas infinitas de las tierras de tristes figuras.

Más tarde, asomarían las afueras de Madrid, la ciudad de los desheredados. El metro sería el lugar donde la gente entierra las sonrisas, donde se apagan los rostros. Saldría a la superficie tras tres paradas, antes de taponar las vías de oxígeno con un sentido de falsa claustrofobia. Arriba buscaría el número exacto donde encontrarte. Me perdería en el primer intento, claro. Pero sabría cómo llegar a ti. Te sorprendería verme allí, de repente. Pero no tanto. Te daría el puñado de arena que cogí de la playa y nos alejaríamos de los coches y de las prisas en un tren de cercanías. Llegaríamos a la sierra de Madrid, cerca del gran monasterio, a aquella casa de montaña de la que te he hablado tantas veces. Allí el viento helaría los cristales del salón, crujirían los leños al fuego, arderían las distancias...

Y al atardecer, estarían lejos los abismos.

Lejos de todo.

Perdidos.

jueves, septiembre 25, 2008

Km. O


... y de fondo: 'Always On My Mind', de Ryan Adams (http://www.goear.com/listen.php?v=321b723),

Hace un tiempo me habrían arrastrado las corrientes de un río desbordado. Hace un tiempo, cuando no era tan niño como podrías pensar, habría acudido a la soledad para refugiarme en una cabaña de recuerdos favorables. Hay unos años que no pude retener en mis manos infantiles, y otros que no pude soltar cuando intenté deshacerme de ellos, antes de que incendiaran mi mundo imaginario. Y me quedé solo, rodeado de restos de papel abrasado. Entre ellos, recompuse los pedazos que quedaron de mí después de la catástrofe, aunque tardé mucho en buscarme.

Te lo dije, no soy una persona triste. Dentro de mí sigue aquel niño que no se dejó ver más ante los ojos extraños. Yo soy él cuando río, cuando tiendo los puentes y levanto las barreras. Has llegado a verle muchas veces, aunque no supieras quién era ni por qué se esconde cuando llegan los demás. Y sí, me siento triste algunas veces, pero siempre abandono los lamentos justo después de haberlos escrito. Expulso las llamas para evitar que se queden dentro las cenizas. Después no hay mucho más de lo que ves, no me quedan más recursos con los que sorprenderte.

Hace un tiempo, decía, me habría sepultado la avalancha. Antes de reencontrarme, antes de mí. Hace unos años habría cerrado la puerta del taxi la otra noche, sin dejar lugar a despedidas. No habrías sabido de mí antes de olvidarte, antes de una noche en que no dormimos y en la que me pregunté si, por una vez, llegaré a cruzarme en el momento oportuno, cuando el sonido de mis pasos no resulte impertinente. Hace un tiempo hubiera sido sigiloso y no habría interrumpido tus sueños. Habría callado, como entonces hice tantas veces.

Sin embargo, ahora llueve diferente. La nieve ha copado la ladera y los torrentes de agua han inundado los pantanos, pero mi entereza no ha perecido en los desastres. Y sigo en pie para quitarte las tristezas, las manchas oscuras de los días grises. Hay personas que están hechas para hacer sonreír a otras, a las que se le colorean de pena las pupilas. A ti, que eres de las primeras, no te sientan bien las aflicciones. Cárgalas en mí, que suelo ser de los segundos, que las llevaré lejos de la ciudad para que no las encuentres. Lejos de ti, allá donde muere la tierra y bailan los vientos, las transformaré en fragmentos etéreos que no estorben tu ánimo.

Después, libre de cargas y de culpas, elige la distancia, el punto exacto en el que quieres mantenerme. Déjame lejos, si te da miedo acercarte. Déjame cerca, si te da miedo alejarme. Sea como sea, estaré rondando las estaciones de metro por si quieres que regrese.

¿Sabes? Preferiría no dejar de verte. Aunque tú no lo sepas, también tú te has llevado lejos mis tristezas.

martes, septiembre 02, 2008

Las hojas pisadas


* 'Sunrise with Sea Monsters', de William Turner.

... y de fondo: 'Lived In Bars', de Cat Power(http://www.goear.com/listen.php?v=cbfc7ec ).

Los días son extraños. Desde que me marché de la ciudad no he dejado de buscarte. En las primeras madrugadas, cuando no conocía el camino de regreso, meditaba entre los callejones estrechos si aparecerías al tomar la siguiente esquina. Sin apenas darme cuenta, los tonos violáceos del alba siluetearon horizontes, gaviotas y acantilados. La mañana del domingo, con el frescor helado de la primera brisa, pasé las hojas de un periódico hecho mirando entre las líneas, por si estuvieras escondida tras los párrafos. Agarré con fuerza la taza de café caliente para no constipar el pensamiento, tan atrofiado tras cada batalla que libro para encontrarme contigo. Pasaron las horas, pero no acudiste nunca a mi rescate.

Unos meses más tarde, con el barrio arraigado a las costumbres, quise otra vez perseguir el destino que huye siempre, tan veloz. Exploré, sin éxito, otras tardes más viejas por si en ellas daba con algunas pistas de tu paradero. Pero abandonaste todas las posadas en las que alguna vez nos vimos. Y al igual que las calles del pueblo parecen desiertas tras el largo estivo en el que todos han atosigado sus orillas, del mismo modo me encuentro yo desierto algunas noches, cuando me descubro asaltado por la soledad, e intuyo entre mis costillas el filo de un punzón que ha atravesado el tejido de unas sábanas que extrañan tu cuerpo tendido.

Como avisé entonces, he vuelto en los albores de las últimas tardes de septiembre, cuando tiendo hacia el otro lado de mí los puentes que quedaron a salvo. Recuerdo que la última noche que de verdad te vi, miramos las luces artificiales que iluminaban los muros cansados de la fortaleza roja. Ansío la vuelta de los fríos, la llegada de una nueva oportunidad de dar contigo. Supongo que seguirás siendo esquiva, que no permitirás treguar una pausa conmigo. Pero dame un respiro, porque de un tiempo a esta parte me siento fatigado. Las hojas de octubre perecerán pronto bajo las pisadas de los caminantes. Giraré entonces otra vez la esquina en que te busqué al principio, pero en otra ciudad, otras calles y con otros ojos, aunque vuelva a darme de bruces con las veces que no estabas.

sábado, agosto 23, 2008

Nostalgia


... viene del blog 'SeeUaround'. El enlace al post relacionado es: http://seeuaround.blogspot.com/2008/08/desear.html

Tienes razón.

Cuando la cotidianidad envuelve los días, la libertad se presenta como una atracción irresistible.
Pero si dices que para ti "la felicidad es sentir cada momento el deseo de conocer al otro", puede interpretarse que la felicidad llega cuando el deseo te vincula a otra persona, sacrificando la libertad. Ésta siempre regresará más tarde, cuando la curiosidad desaparezca, pero entonces el fugaz instante de satisfacción más absoluta ya habría pasado de largo.

Es por esto que decía, aunque quizás no eligiera bien las palabras la última vez, que en realidad solemos estar dispuestos a renunciar a la libertad para dejar de desear y vincularnos a alguien. Seguir deseando, pero ya sin libertad y de un modo diferente.

El jueves por la tarde me tumbé en la arena de espaldas al viento y descendí mi punto de visión hasta el suelo, con la mejilla apoyada sobre la tela de la toalla. Las ráfagas de polvo de tierra azotaban primero mi espalda de modo acompasado, mucho antes de que las esperara, de que las viera llegar. Después, esquivaban mi cuerpo por los flancos y reptaban por la playa para ir a morir a la orilla, donde finalmente desaparecían.

El deseo actúa de un modo parecido. Llega desde atrás, desde el pasado, desde las experiencias que te hacen anhelar. Golpea todo el cuerpo, se adhiere a la piel como la libertad se adhiere a los vínculos. Luego, cuando lo has sentido, rodea tus flancos y sigue su camino, pero entonces sólo puedes contemplar la manera en que se aleja hasta verlo morir en el mar. Y esperar la siguiente racha de viento, la próxima sacudida.

Es posible que sea cierto el hecho de que haya un enfrentamiento mutuo entre la búsqueda de la seguridad y la necesidad de libertad. Aunque, siendo sincero, si tuviera que elegir entre el preciso instante en el que la arena embiste las vértebras y aquel en el que sólo la sientes alejarse, elegiría el primero. Aunque con ello renunciara a la nostalgia de verla marchar para siempre.

Renunciaría a los tiempos pasados y futuros para suspender en el aire el segundo en el que he sido más feliz.

Dirás que eso es imposible.

Lo es.

Por eso siempre me acompaña la nostalgia.

domingo, julio 27, 2008

Estación de invierno













... y de fondo: 'Despertarme contigo', de Rebeca Jiménez (http://www.goear.com/listen.php?v=e733ae4).

Podría haber sucedido de repente. Mientras tomaba una taza de café con hielo en la Alameda, leyendo el destino de los héroes griegos en las tragedias de la literatura clásica. Observando la marea desde la isla de las Palomas, donde se conocen dos corrientes infinitas. Sentado en la arena de Los Lances, oponiendo resistencia al azote del viento y divisando el vuelo sostenido de las cometas que siluetan figuras cuando el sol se sumerge en el atlántico y deja a oscuras este rincón ventoso. Cuando, fatigado por las horas y las ausencias, saboreo una cerveza fría junto al arco, viendo desfilar a los turistas.

Te diría que ocurrió en cualquiera de esos momentos, pero no te estaría diciendo la verdad. Recuerdo que cuando te vi por primera vez hacía tanto frío que había láminas de escarcha en las palabras y que la niebla ocultaba las fachadas de los edificios. Giré la cabeza hacia un lado y sólo regalabas un perfil del rostro. En lugar de aprender las lecciones que me he perdido no dejé de virar el rumbo de mis ojos hacia estribor, izando el ancla que había olvidado en las profundidades para ir a hablar contigo y saber si podría recordar(te). Y fue entonces cuando sucedió, mucho antes de preguntarte por la ubicación del Búho Real y de perdernos entre las calles siamesas de Huertas. Antes de caminar por la Calle Mayor y detenernos junto a los andamios de la plaza. Te conozco, aunque no quieras creerlo, desde mucho antes de haberte visto, aunque no puedo explicarte cuándo, ni cómo, ni quiénes éramos nosotros.

Sé lo que piensas cuando las dudas hacen bailar el mundo que conoces y no recuerdas los pasos. Conozco al guardián de las nieblas de invierno que, apostado tras las verjas, intenta evitar que te alejes de lo que conoces. He estado allí muchas noches.

Hay lugares que quiero enseñarte, fuegos que quiero compartir contigo. Déjame llegar. Deja que afloje los nudos que oprimen tus muñecas. Recupera el vuelo, el aliento.


Te regalo el Viento, si te hace falta para despegar.

jueves, julio 17, 2008

Claroscuro


Puedo recordar exactamente la noche en la que se apagaron las luces. Reconozco, al pasar las escenas, la esquina en la que aparcamos el coche. El semáforo oxidado que siempre estaba en ámbar, coloreando tus mejillas de forma intermitente, jugando con la oscuridad de las palabras. Llevaba un libro entre las manos que no he querido leer después, porque cada página me recordaba a ti. Y lo conservo en un estante de la habitación que ya no es mía, tras otros libros que coloqué delante para no ver el pasado. No me resulta difícil volver a sentirme sin oxígeno, sin aliento. Como aquel instante en el que no hizo falta que dijeras que todo había acabado, porque los silencios apresaron las palabras. Y la intermitencia de los tiempos anaranjados se decantó por la soledad, el vacío.

Aquel apagón se llevó consigo la bahía de Cádiz y el rinconcito de una playa en Chiclana, la ruta por las marismas y las calles estrechas con edificios de muros blancos. Perdí de vista la Alpujarra en invierno, el pico de la gran montaña en verano, cuando nos sorprendió la tormenta en pantalones cortos y los años en calendarios alternativos. Desde entonces, el blues y el jazz me recuerdan a las noches en el Secadero inventando personajes para desconocidos. Merodeaba entre las multitudes, observando que era inevitable que todos se fijaran en ti. Y entonces me sentía verdaderamente afortunado porque tú eligieses estar conmigo, ofreciéndote sólo torpeza en las formas, timidez en las palabras y sinceridad en los gestos, incluso en los que no reconocías.

Ahora oteo el horizonte desde esta playa y apenas estamos a sesenta minutos de aquella bahía. Te veo pasear cuatro años antes con alguien que ya no reconozco, porque apenas queda algo de la persona que era entonces. Me ha abandonado la inocencia, la ingenuidad y la mirada blanca. El silencio se ha ido apartando de mi camino, como los sueños hicieron poco después. Ni siquiera fui capaz de intentar retenerte. Sin embargo, quiero pensar que mantengo la timidez en las palabras que buscan la profundidad, las que se descubren rotundas. Espero que mis gestos continúen pareciendo sinceros, porque de lo que estoy seguro, de lo que no dudo, es de que sigo siendo torpe con las formas.

Por eso intento averiguar la manera de decirte que me gustaría saber de ti otra vez, saber que todo te marcha bien. Por eso ninguna me parece suficientemente buena. Ahora me doy cuenta de que siento lo mismo que aquella noche en la que parpadeaba la luz ámbar del semáforo, iluminando la primera despedida. El mismo aliento prófugo de mi garganta y el mismo corazón en claroscuro.

lunes, junio 23, 2008

Quebrantos




Cuando vuelvo a los viernes me esperan las carreteras de regreso a la ciudad rojiza. Enciendo el motor de un coche abandonado, cubierto por el polvo, y al emprender la marcha intento desintoxicarme de la semana que ha volado y que me ha alejado un poco más de todo. Vomito por la ventanilla las mentiras que salpican una honestidad venida a menos, una ética que pongo en entredicho cada día, pero que no hace sino golpear los estómagos que hay más cerca. Llego a la estación de servicio de la autopista desierta, que espera a los visitantes sedientos, forajidos del asfalto derretido. Pido un café que cada vez encuentro más amargo y me siento junto a una de las ventanas a observar el paso fugaz de los vólidos que se acercan a la costa. En esos momentos, pienso que la escena era más bonita en invierno, cuando la lluvia golpeaba con fuerza los capós. Después pago el servicio y continúo mi camino. En la segunda parte del viaje, voy reconociéndome en las curvas, dejo atrás los tiburones y afilo el mentón descuidado de los fines de semana. Recuerdo la humanidad que se me está cayendo de los bolsillos, desparramada en charcos de sangre diluida en cloroformo.

Y, al girar las montañas, dibujo el trazado de un viaje imposible hacia el oxígeno. Y, al rodear los cristales, contemplo cortes en mi piel que no he curado bien. Y, entonces, necesito pensar que no será para siempre, que no he sido para nunca.

Hay quebrantos ocultos que no lograré disimular hasta los viernes y no podré falsificar todos los lunes.

sábado, mayo 24, 2008

Figuras de arcilla


... y de fondo: 'Call Me On Your Way Back Home', de Ryan Adams.

Escucho crujir la madera del violín que suena de fondo. Después, sólo el silencio que me traslada hasta la playa embarrada de la costa noroeste de Inglaterra, a la que huí para no perderme. De aquellos días en los que contemplé todas las variedades de la lluvia, recuerdo un zumo de naranja artificial, unos guantes de plástico de usar y tirar y gorros de papel. Bandejas azules y aspiradoras. Acabado el primer turno, el parque de St. Annes. Sándwich, refresco de cola con sabor a vainilla y los únicos libros en castellano que había en aquel pueblo tranquilo. Benedetti sobre los viejos estantes de madera de la biblioteca. El cielo espeso y gris que contemplaba desde la parada de autobús. Jardines verdosos ante casas de juguete. El asfalto rojo del trazado de vuelta. Preston. La sensación de estar lejos de casa, pero cerca de mí mismo. Más cerca que nunca de los deseos, de lo imaginado, de lo esperado. Camille y París en la lejanía, en los sueños. Más tarde, también en mis ojos y en las palmas de mis manos. Hotel L'Avenue. Una tarde sobre el césped del emperador. Jardins du Luxembourg. La ciudad de la luz y un estremecimiento en blanco y negro. Un vuelo de regreso sobre la gran torre de hierro recortada por las sombras.

Después llegó la redención y la fuga hacia el universo esquivo. Podría haber sido para siempre. Lo había dibujado de otra forma. Viejas ilusiones envueltas en papel de periódico. Reportajes de días esfumados. Entrevistas con mis dudas. Un café con leche y un bloc de notas relleno con tachones. Fotografías a contraluz. Obras coloristas ocultas en un bajo del Zaidín. Pianolas recobrando vidas y sonidos. El primer vistazo al diario en busca de la firma conocida. Recortes y pedazos de papel protegido por fundas de plástico. Pedazos también amarillentos. García Márquez, Capote y Fallaci. Hacía tiempo que no estaba a solas, como ahora. Lejos del viento. Habitaciones alquiladas por arrendatarios desconocidos. Extraños. A veces, cuando cometo el error de no estar ocupado, miro hacia atrás. Sólo un segundo. Suficiente, sin embargo, para ver las ruinas lejanas. Edificios derrumbados. Cascotes esparcidos por las calles. Farolas rotas y humo gris. Soledad. Abandono. Esperanzas muertas que nadie ha retirado del camino. Batallas perdidas por un soldado sin destino. Tristeza.

En unos días, el viento regresará para llevarme hasta la arena. Cuando el huracán me arrastre esparcirá por el infinito esta nostalgia y los pedazos amarillos de papel volverán al cajón de mi viejo escritorio, testigo de las noches pasadas y de los días que no llegaron. La esencia de un universo de arcilla desmoronado. Tierra de figuras sin alma, ni vida, ni recuerdos.

Hasta las últimas tardes de septiembre, cuando caigan las hojas y los puentes.

martes, abril 01, 2008

Fin



...y de fondo: El mar (http://www.goear.com/listen.php?v=eeafe3b).

Hace tiempo que ha dejado de importarme, que no recuerdo nada. El pasado significa ahora solamente un tiempo vivido. Me cansé de anclar mis emociones en escenas congeladas. Encontré en el odio la única forma de olvidar. Busqué dentro de mí y hallé a las personas que aún no he sido. Caminé, al fin, por playas de arena blanca y el salitre se adhirió a mis tobillos como lo hizo muchas tardes antes, en Castell de Ferro. El viento hizo zozobrar otra vez los barcos, encallados en los arrecifes, rasgadas las velas, desorientadas las brújulas. Siempre que acudo a los inicios de un nuevo tiempo me reencuentro con la costa, escenario del azote de un levante enfurecido.

No quiero que esta parte de mí que he descubierto, más arisca y resistente, acabe por destruir todo lo que he sido antes, pero necesito deshacerme de las ropas quemadas. Rescato algunos maderos mojados que me llevo conmigo, pero dejo atrás todo lo demás. Lo que me hizo daño, lo que me hizo débil, lo que me hizo odiar lo que había querido tanto...

Hoy sólo quiero que mi rumbo sea más firme y que el miedo no derrumbe fortalezas. Que no tenga nunca más que sentirme tan culpable por todo.

Yo sólo quise ser la mejor persona posible, pero pocas veces sirvió para algo. Pasará mucho tiempo hasta que vuelva a ser igual que antes, porque todo es distinto. Y, sinceramente, me siento mejor ahora.

Quizás el temporal haya arrastrado consigo los disturbios hacia la profundidad de un océano que se acuesta cada tarde con cometas. La fragilidad de los cuerpos, la inconsistencia de los deseos, la fugacidad de la luz (¿recuerdas?)... Sólo me quedo con lo que escribí la última vez: la convicción de que siempre queda algo bueno por llegar. Quizás sea mejor así. Quizás he sido yo el que siempre ha estado equivocado.

lunes, febrero 18, 2008

Los motivos olvidados




... y de fondo: 'I'll Come To You', de Nic Armstrong (http://www.goear.com/listen.php?v=5ea6c70).

Después de ti, las noches hicieron guardia en mis ventanas. Después de ti todo fue oscuro. Puedo recordar con facilidad los días más grises cargando de plomo las nubes, esperanzas evanescentes por reventar. Los meses no fueron más que calendarios marcados con rotuladores rojos, cruces que apenas recordaban los motivos. Las calles fueron cómplices de ausencias que sólo ofrecieron rutas angostas, pasos perdidos hacia tristezas etéreas. Las farolas giraron su haz de luz hacia los caminos que me hubiera gustado recorrer contigo. El asfalto era, en realidad, un espejo en el que contemplar el color de mi ciudad.

Después de ti me costó encontrar el sentido de mis errores, las razones que me hicieran comprender los trazos negros sobre un lienzo rugoso. No encontré respuestas porque no hice las preguntas correctas y corrí el riesgo de creer que había sido yo el que había fallado. Abracé lo único que nadie ha conseguido arrebatarme: la convicción de que siempre queda algo bueno por llegar.

Todo fue oscuro después de ti. Durante la noche. Durante mi ausencia.

Si pude cambiar lo más difícil, ¿por qué no voy a cambiar lo más sencillo?

Hoy, después de todo, he decidido no olvidarme de nada. No olvidarme de mí. Pero no recuerdo ya, como los calendarios sin memoria, cuáles fueron los motivos que me hicieron vivir a oscuras. Sin luces.

sábado, enero 12, 2008

La playa sin mar







... y de fondo: 'Días extraños', de Nacho Vegas (http://www.goear.com/listen.php?v=8ed4f21).

Cuando llegué al Viento, me acerqué a un pequeño estanco de la calle principal para comprar un paraguas negro. Después salí a la calle, lo abrí y continué caminando, feliz por mi última adquisición. Al cabo de unos pocos minutos, de tres calles andadas, un golpe de aire destrozó las varillas y partió la caña por la mitad. Y yo me quedé allí, desorientado, entre calles que no conocía, con las dos mitades del paraguas en las manos y absorbiendo el agua de las nubes. Agua que en el Viento desciende de perfil, ladeada, esquivando protecciones para calar los huesos. Al llegar al suelo, golpea con el firme empedrado, resbala por los muros de las casas blancas, encaladas, y desciende por la Calle de la Luz hasta la Calle Sancho, donde permanece la esencia de un pueblo entregado a las buenas intenciones de los forasteros.

Quería contarte como son las cosas por aquí, ahora que sabemos tan poco de nosotros. Las semanas transcurren ahora con normalidad. Una sencillez indolente, ajena a los movimientos sísmicos a los que estoy acostumbrado. Confirmo que no soporto el paso de los días si no hay de lo que pueda aprender, aunque sea a fuerza de equivocaciones. Allí marco con cruces cada jornada, esperando la llegada de un temporal que vuelva a agitar los árboles. Echo de menos el bullicio de Mesones, el tráfico de la calle Reyes, los encuentros inesperados y también los esperados. El café con leche amargo del café de la plaza y leer el periódico los domingos. Quiero pensar que sólo es un desvío temporal, que tendré una segunda oportunidad si lo intento. ¿Me entiendes? Me entiendes. Cuando llegue el momento, estaré preparado... Hasta entonces, procuro adaptarme rápidamente a todo esto.

Un día fui a la playa en la que las dunas entierran los pinos. La arena forma montañas en tránsito tras las que se ocultan calas secretas que no quiero que nadie más descubra. Rincones de piedra y mar en los que puedes evadirte y viajar hacia el mundo que cada uno quiera crear para sí mismo . Leer un libro al sol, tumbado en una pausa necesaria, y escuchar los últimos descubrimientos musicales. El día que conocí la música de Ryan Adams parece ya tan lejano... ¿Sabes que Zahara telonea a Shuarma? Esa chica llegará donde quiera. Ahora no tengo tiempo ni medios ni miedos para encontrar tantos cristales en la orilla musical, como hacía antes. No puedo recomendarte nada nuevo, aunque estaré atento por si llega hasta mí algo que merezca la pena.

Por tu parte, espero que sigas frecuentando conciertos de Nacho Vegas en el viejo café, paseando por la plaza Mayor en busca de exposiciones. Quiero que sigas perdiéndote por las calles de tapas para que los caminantes perdidos te lleven hasta el lugar que estás buscando. Supongo que las aves libres aún se exhiben en el parque Zorrilla, desplegando plumaje y colores. Pero, sobre todo, deseo que sigas siendo como eras, que te sientes por las noches junto a tu ordenador, con cientos de folios emborronados a los lados, un capuccino en tu mano y ojos atentos. Seguro que, al igual que yo, ahora tienes menos tiempo para todo. Sé que seguirás soñando con días mejores, con una nueva escapada a San Sebastián, una segunda visita a la ciudad de luz blanca que conociste en agosto y otro concierto de la princesa en Madrid. Habrá tiempo para todo. Para vernos. Para escribirnos, también. Aunque sé de ti menos que antes, no dejo de extrañar tus cartas, de buscar tus correos entre las entradas nuevas de mi buzón.

Los días de Valladolid quedan muy lejos, tanto como la persona que era entonces. La ingenuidad la dejé por el camino, pero sigo aferrado a la esperanza con más fuerza. Andrés Neuman dice que nombrar la muerte no la evita, pero cura un silencio. Esta carta no evita la distancia, pero espero que cure una ausencia.

Cuídate.