miércoles, abril 11, 2007

Insomnio

... y de fondo: 'The Animals Were Gone', de Damien Rice.


Por las noches, cuando todo es silencio y reflexión y pausa y colores oscuros, abro la puerta de casa y me dirijo a otro lugar. En el rellano no encuentro a nadie y bajo las escaleras con tanto cuidado como si mis pisadas fueran golpes de tambor. Desciendo hacia el portal sin ser descubierto y entorno la puerta al salir, por si alguien decide regresar. Recorro los treinta pasos que hay desde el jardín hasta la cancela mientras observo los altos edificios que empequeñecen mi bloque. Ahora que no hay luz, ni calor, ni gente, todo parece diferente. La luz de los faroles que cuelgan de las paredes se apaga, emite destellos discontinuos que parecen los guiños de alguien que no sabe hacerlo y cierra los dos ojos. Busco el puente colgante sobre el río, y cuando lo cruzo ya no se ve nada. Sin embargo, no necesito linterna. Sé dónde están las piedras del camino.

En la ribera de un cauce detenido crece una vegetación asilvestrada, que esconde un caserón que no visita nadie. La madrugada ha avanzado, pero hay reflejos de luz negra en las ventanas. Trazadas tétricas de un pintor cansado intentaron dar color a su fachada, agrietada por los años y el abandono. Hace frío aquí afuera, pero no siempre me atrevo a entrar. Las enredaderas parecen ahora negras cuerdas que sujetan los muros, y la puerta de madera, desencajada de su marco, pende de una bisagra desgastada. La empujo con suavidad y un escalofrío acompaña a mis vértebras durante mi espalda. Hay una gran escalera en la entrada, pero nunca he subido por ella. La madera del suelo cruje a cada paso que doy hacia lo que era un gran salón del que se olvidaron. La casa desprende fragilidad y temor a ser descubierta, pero las personas que antes entraron han tenido miedo de ir más allá del umbral. Pero yo no estoy asustado. Sé cómo son los fantasmas del camino.

Entre penumbras y recuerdos me siento a descansar junto a la entrada. Escucho unos pasos que se aproximan hasta mí. No me preocupan. Conozco al niño que aparece entre la oscuridad de este antiguo rincón perdido. Tiene los ojos oscuros, aunque son más claros cuando hay luz. Pero hace mucho que no duerme. Durante años, he venido a visitarlo cada noche. Me contaba historias felices que me hacían sentir bien. Después, cuando me marchaba, se quedaba junto a la ventana, apoyando su cabeza entre sus brazos, y se despedía de mí con una mano, agitándola agotado. No salía desde hace años, pero no recuerda cuál fue la razón que provocó su encierro. No quiere intentar acordarse. Sólo me contaba que una mañana, cuando despertó, no pudo recordar lo que soñaba. Y no quiso dormir, porque dormir sin soñar, decía, era como vivir las pesadillas por los sueños que no tenía. Y como no tenía sueños, todo fueron pesadillas. No había desconfianza entre nosotros. Sé quién es el niño que no ha dormido.

Esta mañana, cuando los primeros avisos de luz han rayado mi camisa, he cerrado los ojos y mi respiración se ha vuelto más profunda. Cuando he despertado, el niño ya no estaba a mi lado, y las puertas se han cerrado desde afuera. Quizás algún día, si regresa, le cuente lo que quería decir antes de dormir. Aunque desconozco si ha sido él el que ha despertado o soy yo el que siempre ha tenido cerrados los ojos y el entusiasmo, sé que es el niño el que vuelve a casa esta mañana. Si el pasado blanco ha despertado, o si se ha dormido el negro, y las luces de los faroles ya no son intermitentes, la puerta del portal seguirá entornada, como la dejé, y subirá las escaleras que yo temía recorrer.

Aquel niño siempre ha sido la silueta que vislumbraba desde abajo, el ser luminoso al que he lastrado tanto tiempo, al que he estado cosido como sombra. Yo he sido las piedras y los fantasmas del camino, y como sombra me quedaré en el oscuro caserón donde todo han sido malos sueños. Y dejaré que la luz ocupe su lugar, lejos del frío, del abandono y del insomnio de una noche que ha sido tan larga que no recuerdo su comienzo.