domingo, marzo 25, 2007

Los disfraces sensibles

La joven Zahara exhibe en su nuevo disco, ‘Día 913’ (autoeditado, 05), una camaleónica capacidad para camuflarse en distintos géneros musicales ofreciendo en todos ellos un resultado de impecable calidad. Convierte el jazz, el blues, la ‘bossa’ y la canción de autor en armas blancas que, combinadas con una sensibilidad desbordante y una poesía pura, desgarran el corazón más resistente.

Las canciones de esta dulce cantautora ubetense, que ha asumido la edición y distribución de su trabajo, se sumergen en las profundidades de su propio océano sentimental para sacar a flote un tesoro acústico oculto desde hace más de dos años. En su web (http://www.dia913.com/) pueden escucharse algunas de sus gemas. Durante 913 días, Zahara ha elaborado un disco elegante, melancólico y romántico a partes iguales, en el que da rienda suelta a una incontenible inspiración que la ayuda a escribir letras sobresalientes, cimentadas en los sólidos pilares de la literatura que abrazó desde pequeña.

Su voz, sutil y sugerente, suspira frágiles melodías capaces de embelesar los sentidos ajenos. Y su talento no ha necesitado pasar por academias. Sus cualidades, como sus cuerdas vocales, son bellas por naturaleza. “Soy autodidacta. Jamás di clases de canto, así que claramente en mis canciones prima la intuición. Me gustan los músicos que se guían por el oído, que buscan y experimentan. Llevo muchos años cantando pero es ahora cuando he encontrado un sonido que me gusta, que refleja lo que quiero contar. Lógicamente, llega un momento en el que se adquiere técnica, pero aunque en casa trabaje, estudie... cuando estoy en un escenario vuelvo a desnudarme de teorías y dejo que mi intuición me lleve a donde quiera”.

Por eso, en algunos momentos Zahara se disfraza de vocalista de jazz. “Aunque escucho música de casi todos los estilos, el jazz me ha dado la posibilidad de convertirme en un elemento musical más. Me permite improvisar, componer, encima del escenario, dejarme llevar realmente. Me da libertad para escuchar y recrearme, para dejar la letra al lado y escuchar música en estado puro. Cuando se conoce desde dentro no se puede abandonar, así que a mi manera, pasándolo por mi filtro, lo he aplicado a mis canciones y a mis conciertos”. En otros, se transforma en una seductora felina que ronronea versos delicados, un elemento al que recurre con frecuencia. “Los gatos tienen una forma peculiar de acercarse a las personas. Se mueven con elegancia, te observan, vienen un poquito y luego se van. Me gusta esa forma de estar siempre presente y a la vez escondiéndose de todo”.

También es capaz de desnudar su alma y ofrecerla a quien la escucha, como sucede en el último tema del disco, ‘Con las ganas’, en el que se convierte en una mujer afligida a punto de romperse en mil pedazos. “Es una canción tan sincera que a veces me da vergüenza cuando termino de cantarla, como si realmente todos supieran lo que opino y pudieran verme por dentro. Mucha gente me pregunta qué historia hay detrás de esa canción que me hace sufrir tanto... Sucedió hace algunos años, pero sigue sucediendo cada día”. En ‘Martina’, Zahara se viste de niña y vuelve a mirar el mundo con pupilas de pocos años. “Martina es esa parte de mí que a veces soy, que todos somos en algún momento. Esa otra ‘yo’ que no tiene prejuicios, que actúa por convicciones, por deseos. Tal vez demasiado hedonista, pero nunca dije que Martina fuera perfecta”. Pero en ‘Día 913’, la compositora no utiliza con tanta frecuencia el ropaje de artista comprometida con la sociedad que vestía en sus primeras canciones. “Cuando empecé a componer tenía catorce años y era incapaz de hablar de mí. Buscaba los temas que me parecían apropiados, pero nunca llegaba a implicarme del todo. Estuve casi dos años sin componer y después de ese tiempo, al volver a hacerlo, me apetecía escribir sobre los motivos que me impidieron componer y sobre los que me llevaron a retomarlo. Y sí, fue el amor, el desamor, la pasión, el sexo, el dolor...”.

Sin embargo, la mayor sorpresa del disco, la más grata, es comprobar que todos estos ‘disfraces’ no existen en realidad. Estos no son más que los distintos perfiles que esconde el corazón de Zahara. O de Martina. O de la vocalista de jazz. No en vano, el perfume es el mismo. Las doce canciones de su disco desprenden el aroma propio de un verso sincero, de un verso sensible. Como sus ‘disfraces’.

domingo, marzo 11, 2007

La luz de los faros
















"Polvo en el aire
si emprendo el camino.
Tierra y cristales
si no puedo más"

('Polvo en el aire', de Quique González)

Todo sucedió en la mitad de un segundo. Dos faros se situaron frente a mí a demasiados kilómetros por hora. Por un instante dudé que nos quedara tiempo suficiente a ambos para cambiar de rumbo, de destino. Una milésima fracción de tiempo después, un brusco movimiento hacia dos lados, frenos desgastados, corazones electrificados, y el aire de reserva ahogado en los pulmones. Después, sólo silencio. Mis pies en el asfalto y mi cabeza en algún lugar que desconozco.

Cuando los focos te deslumbran no tienes tiempo para pensar en nada, pero cuando permanecen los destellos puede verse todo con más claridad. A veces, intentamos encajar en los moldes equivocados. Medidas iguales cortan los trajes. Durante un tiempo, con mucho esfuerzo, puedes permanecer incrustado a base de razonamientos erróneos, martillazos en estado monetario que siempre son insuficientes y a menudo dañinos. En mi caso, pronto quedará todo en polvo y pedazos de una etapa que tan sólo me habrá dejado un puñado de experiencias y muchas muestras de la condición humana. El desconsuelo resignado de personas atrapadas en días áridos que se alargan hasta el infinito. La arrogancia de quienes piensan que el éxito se basa en las posesiones materiales. La honestidad del que intenta levantar su pequeña empresa, o el sufrido esfuerzo del que evita que se caiga. La educada cortesía y los modales de corbata. La falsa apariencia de los poderosos, limitados a la creencia de que la seda de los trajes conlleva una pertenencia a su mismo clan.

He intentado, en todo momento, mirar más allá de ese mundo encorsetado que han creado las empresas, y casi siempre he tenido la oportunidad de llevarme imágenes honestas en el camino de vuelta a casa. Recuerdo a un anciano paseando por el monte en el que se cobija su pueblo con un paso tranquilo, respiración profunda y manos cruzadas a la espalda. La mirada plácida y la conversación amable. Me quedo también con otras postales: una carretera que bordea la marea; una arboleda solitaria que huye de los caminos y de los edificios; costumbres de un pueblo anclado en cualquier día de hace treinta años; una casa antigua por la que corretean niños que entran en el despacho de su abuelo buscando atención; un grupo de obreros que disfruta de la compañía que se prestan en un restaurante de carretera mientras están alejados del hogar; una pareja francesa que intenta explicar lo que quiere a un hosco camarero de la costa. Y, por supuesto, una regresión a la infancia, a mis años en Motril.

Me quedo con todo esto y renuncio a lo demás. No tengo claras muchas otras cosas, pero no quiero resignarme. Estar frente a la luz puede cegar, o puede regalar otro punto de vista, una nueva oportunidad para comenzar.