domingo, julio 27, 2008

Estación de invierno













... y de fondo: 'Despertarme contigo', de Rebeca Jiménez (http://www.goear.com/listen.php?v=e733ae4).

Podría haber sucedido de repente. Mientras tomaba una taza de café con hielo en la Alameda, leyendo el destino de los héroes griegos en las tragedias de la literatura clásica. Observando la marea desde la isla de las Palomas, donde se conocen dos corrientes infinitas. Sentado en la arena de Los Lances, oponiendo resistencia al azote del viento y divisando el vuelo sostenido de las cometas que siluetan figuras cuando el sol se sumerge en el atlántico y deja a oscuras este rincón ventoso. Cuando, fatigado por las horas y las ausencias, saboreo una cerveza fría junto al arco, viendo desfilar a los turistas.

Te diría que ocurrió en cualquiera de esos momentos, pero no te estaría diciendo la verdad. Recuerdo que cuando te vi por primera vez hacía tanto frío que había láminas de escarcha en las palabras y que la niebla ocultaba las fachadas de los edificios. Giré la cabeza hacia un lado y sólo regalabas un perfil del rostro. En lugar de aprender las lecciones que me he perdido no dejé de virar el rumbo de mis ojos hacia estribor, izando el ancla que había olvidado en las profundidades para ir a hablar contigo y saber si podría recordar(te). Y fue entonces cuando sucedió, mucho antes de preguntarte por la ubicación del Búho Real y de perdernos entre las calles siamesas de Huertas. Antes de caminar por la Calle Mayor y detenernos junto a los andamios de la plaza. Te conozco, aunque no quieras creerlo, desde mucho antes de haberte visto, aunque no puedo explicarte cuándo, ni cómo, ni quiénes éramos nosotros.

Sé lo que piensas cuando las dudas hacen bailar el mundo que conoces y no recuerdas los pasos. Conozco al guardián de las nieblas de invierno que, apostado tras las verjas, intenta evitar que te alejes de lo que conoces. He estado allí muchas noches.

Hay lugares que quiero enseñarte, fuegos que quiero compartir contigo. Déjame llegar. Deja que afloje los nudos que oprimen tus muñecas. Recupera el vuelo, el aliento.


Te regalo el Viento, si te hace falta para despegar.

jueves, julio 17, 2008

Claroscuro


Puedo recordar exactamente la noche en la que se apagaron las luces. Reconozco, al pasar las escenas, la esquina en la que aparcamos el coche. El semáforo oxidado que siempre estaba en ámbar, coloreando tus mejillas de forma intermitente, jugando con la oscuridad de las palabras. Llevaba un libro entre las manos que no he querido leer después, porque cada página me recordaba a ti. Y lo conservo en un estante de la habitación que ya no es mía, tras otros libros que coloqué delante para no ver el pasado. No me resulta difícil volver a sentirme sin oxígeno, sin aliento. Como aquel instante en el que no hizo falta que dijeras que todo había acabado, porque los silencios apresaron las palabras. Y la intermitencia de los tiempos anaranjados se decantó por la soledad, el vacío.

Aquel apagón se llevó consigo la bahía de Cádiz y el rinconcito de una playa en Chiclana, la ruta por las marismas y las calles estrechas con edificios de muros blancos. Perdí de vista la Alpujarra en invierno, el pico de la gran montaña en verano, cuando nos sorprendió la tormenta en pantalones cortos y los años en calendarios alternativos. Desde entonces, el blues y el jazz me recuerdan a las noches en el Secadero inventando personajes para desconocidos. Merodeaba entre las multitudes, observando que era inevitable que todos se fijaran en ti. Y entonces me sentía verdaderamente afortunado porque tú eligieses estar conmigo, ofreciéndote sólo torpeza en las formas, timidez en las palabras y sinceridad en los gestos, incluso en los que no reconocías.

Ahora oteo el horizonte desde esta playa y apenas estamos a sesenta minutos de aquella bahía. Te veo pasear cuatro años antes con alguien que ya no reconozco, porque apenas queda algo de la persona que era entonces. Me ha abandonado la inocencia, la ingenuidad y la mirada blanca. El silencio se ha ido apartando de mi camino, como los sueños hicieron poco después. Ni siquiera fui capaz de intentar retenerte. Sin embargo, quiero pensar que mantengo la timidez en las palabras que buscan la profundidad, las que se descubren rotundas. Espero que mis gestos continúen pareciendo sinceros, porque de lo que estoy seguro, de lo que no dudo, es de que sigo siendo torpe con las formas.

Por eso intento averiguar la manera de decirte que me gustaría saber de ti otra vez, saber que todo te marcha bien. Por eso ninguna me parece suficientemente buena. Ahora me doy cuenta de que siento lo mismo que aquella noche en la que parpadeaba la luz ámbar del semáforo, iluminando la primera despedida. El mismo aliento prófugo de mi garganta y el mismo corazón en claroscuro.