sábado, enero 12, 2008

La playa sin mar







... y de fondo: 'Días extraños', de Nacho Vegas (http://www.goear.com/listen.php?v=8ed4f21).

Cuando llegué al Viento, me acerqué a un pequeño estanco de la calle principal para comprar un paraguas negro. Después salí a la calle, lo abrí y continué caminando, feliz por mi última adquisición. Al cabo de unos pocos minutos, de tres calles andadas, un golpe de aire destrozó las varillas y partió la caña por la mitad. Y yo me quedé allí, desorientado, entre calles que no conocía, con las dos mitades del paraguas en las manos y absorbiendo el agua de las nubes. Agua que en el Viento desciende de perfil, ladeada, esquivando protecciones para calar los huesos. Al llegar al suelo, golpea con el firme empedrado, resbala por los muros de las casas blancas, encaladas, y desciende por la Calle de la Luz hasta la Calle Sancho, donde permanece la esencia de un pueblo entregado a las buenas intenciones de los forasteros.

Quería contarte como son las cosas por aquí, ahora que sabemos tan poco de nosotros. Las semanas transcurren ahora con normalidad. Una sencillez indolente, ajena a los movimientos sísmicos a los que estoy acostumbrado. Confirmo que no soporto el paso de los días si no hay de lo que pueda aprender, aunque sea a fuerza de equivocaciones. Allí marco con cruces cada jornada, esperando la llegada de un temporal que vuelva a agitar los árboles. Echo de menos el bullicio de Mesones, el tráfico de la calle Reyes, los encuentros inesperados y también los esperados. El café con leche amargo del café de la plaza y leer el periódico los domingos. Quiero pensar que sólo es un desvío temporal, que tendré una segunda oportunidad si lo intento. ¿Me entiendes? Me entiendes. Cuando llegue el momento, estaré preparado... Hasta entonces, procuro adaptarme rápidamente a todo esto.

Un día fui a la playa en la que las dunas entierran los pinos. La arena forma montañas en tránsito tras las que se ocultan calas secretas que no quiero que nadie más descubra. Rincones de piedra y mar en los que puedes evadirte y viajar hacia el mundo que cada uno quiera crear para sí mismo . Leer un libro al sol, tumbado en una pausa necesaria, y escuchar los últimos descubrimientos musicales. El día que conocí la música de Ryan Adams parece ya tan lejano... ¿Sabes que Zahara telonea a Shuarma? Esa chica llegará donde quiera. Ahora no tengo tiempo ni medios ni miedos para encontrar tantos cristales en la orilla musical, como hacía antes. No puedo recomendarte nada nuevo, aunque estaré atento por si llega hasta mí algo que merezca la pena.

Por tu parte, espero que sigas frecuentando conciertos de Nacho Vegas en el viejo café, paseando por la plaza Mayor en busca de exposiciones. Quiero que sigas perdiéndote por las calles de tapas para que los caminantes perdidos te lleven hasta el lugar que estás buscando. Supongo que las aves libres aún se exhiben en el parque Zorrilla, desplegando plumaje y colores. Pero, sobre todo, deseo que sigas siendo como eras, que te sientes por las noches junto a tu ordenador, con cientos de folios emborronados a los lados, un capuccino en tu mano y ojos atentos. Seguro que, al igual que yo, ahora tienes menos tiempo para todo. Sé que seguirás soñando con días mejores, con una nueva escapada a San Sebastián, una segunda visita a la ciudad de luz blanca que conociste en agosto y otro concierto de la princesa en Madrid. Habrá tiempo para todo. Para vernos. Para escribirnos, también. Aunque sé de ti menos que antes, no dejo de extrañar tus cartas, de buscar tus correos entre las entradas nuevas de mi buzón.

Los días de Valladolid quedan muy lejos, tanto como la persona que era entonces. La ingenuidad la dejé por el camino, pero sigo aferrado a la esperanza con más fuerza. Andrés Neuman dice que nombrar la muerte no la evita, pero cura un silencio. Esta carta no evita la distancia, pero espero que cure una ausencia.

Cuídate.