miércoles, junio 27, 2007

Nubes de borrasca



Suele ocurrir tras los temporales. Antes, la rutina ennegrece las densas nubes de verano que, inmóviles, se preparan para la gran descarga. Los truenos ofrecen los primeros avisos. Comienza el espectáculo. De repente, un soplo de viento frío interrumpe el silencio, la falta de palabras que no evita las dudas, ni las preguntas que no fueron resueltas. En el ojo de la tormenta aún tuve tiempo de resguardarme. Sin embargo, preferí empapar mis alas, que se volvieron tan pesadas, o tan temerosas, que no pude marcharme a otros lugares.

Nublado el horizonte, el viento dejó de silbar y la atmósfera fue entonces más seca que nunca. Olvidé el significado de la tormenta en aquel instante vacío.

Había abandonado la costumbre de esconderme, así que no me importó que las primeras gotas aterrizasen sobre mí, simples precedentes de una ráfaga de agua más fuerte y tenaz que otras borrascas que pasaron por el mismo parque. También entonces pude haberme refugiado en ese escondite que he utilizado tantas veces, en el que he dejado tantas intenciones y he perdido razones para seguir creyendo.

Sabía que suele ocurrir. Tras los temporales. Cuando sufres turbulencias, etapas de poca incertidumbre y de grandes movimientos que arrasan todo lo que encuentran. Las casas desaparecen y las calles donde creciste no parecen las mismas. Pero también arrastran a los oscuros y malos recuerdos, que son diluidos en otras corrientes.

Cuando todo ha sido reconstruido, sin embargo, no queda más por hacer, y todo lo que hubo antes de la lluvia parece mucho más aburrido que nunca, y más anodino. Si no hay truenos que acallar, salvo los internos; si no hay lluvia con la que envolverse en agua, ni hay contenido en las palabras que silba el viento, salvo las que se escuchan en el interior; si se han secado ya las alas y aparentan estar listas para emigrar a horizontes más grises, para retornar al mar en el que zozobran los barcos más resistentes... Si acaba la tormenta, todo parece tan poco...