viernes, noviembre 21, 2014

Obituario


... y de fondo: 'Knockin' On Heaven's Doors', de Antony & The Johnsons.

Me rompieron.

Llegué a la tienda con las manos sucias, temblorosas. El rostro ensangrentado, la nariz rota y la mirada baja, dirigida hacia la entrada que no me habían quitado, sujeta entre los dedos, nerviosos. Me miraste, templando el rostro, analizando las culpas, sopesando el alcance. 

Me agarraste del brazo y salimos a la calle. Echaste la persiana, sin importarte las horas, ni las monedas, ni las quejas de los clientes. Buscaste a aquel tipo, que no apareció nunca, farfullando maldiciones a media voz, recorriendo el barrio con el coche, mientras yo disimulaba el dolor del hueso astillado, hundido entre los pómulos. 

Acabamos en las taquillas, pagando mis derrotas, pactando los silencios. No se lo digas a tu madre, me dijiste. Sabías que no habría sido capaz de hacerlo, de cargarte con mis culpas. 

Y así hicimos las cosas, hasta el final, manteniendo la complicidad de aquellos domingos, subido en la parte de atrás de la furgoneta, camino de los campos de tierra de la peña. Hasta que aguantaron tus rodillas. Yo crecí, zocato, con el balón de cuero que me regalaste. Mis primeras botas de tacos de mi noveno cumpleaños. 

Aún escucho las broncas de tu mujer por quitarme los dibujos. Otra tarde sin toros. Sin fútbol. Pero no te importó nunca. Tardes de verano, calurosas, aplacadas por el partido del Madrid de las nueve y un pincho de tortilla de la tía Lola. Las comidas del primero de enero, tras mis primeras resacas. La mirada noble. El abrazo fuerte. El corazón gigante. Las botellas de whisky, que no llegaron nunca.

Las últimas palabras que me dijiste. Nos veremos pronto.

martes, abril 29, 2014

Hijo de la tempestad



Te recuerdo.

Intento no escuchar los gritos desgarrados que me recuerdan dónde te encerré, el ruido de tus uñas contra las paredes de piedra, intentando escalar desde las profundidades. Perros rabiosos que no comprenden los motivos, ni aceptan la oscuridad, ni el olvido. Eres hijo del silencio, de las palabras que no dije alguna vez. Intento ignorarte para dejar atrás el vacío de unas manos frías, el rugido de un dolor seco. Latigazos de tormenta entre las vértebras. 

Y en tu soledad sigues reclamando tu lugar todos los días. Todas las noches. Cerrojos que protegen de la lluvia. Refugios que no soportan la ventisca. 

De repente, he ensuciado las paredes blancas con cenizas. Rescoldos de unos dedos apagados, que olvidaron las teclas. Olvidaron los recuerdos.

He querido olvidarme de ti... Y no he podido.

Maldito seas.