viernes, octubre 13, 2006

El niño de Motril


... y de fondo: 'Older Chests' de Damien Rice.
(http://www.goear.com/listen.php?v=dbb415c)

Recorrer las carreteras cada día durante varias horas tiene algunas cosas buenas. El trabajo me ha llevado esta mañana hasta Motril, un pueblo de la costa granadina. Digo pueblo porque siempre lo ha sido, aunque desde hace poco ya es considerado una ciudad por su alto número de habitantes. Y supongo que ya no tiene mucho de pueblo. Ha perdido el aroma de barriada pequeña en la que viven los trabajadores del puerto y ahora las hordas de coches provenientes de Granada llegan temprano y se van tarde. Los restaurantes están completos y las tabernas donde sirven 'pescaíto' frito y pulpo conviven con los locales de comida rápida. La rivalidad con la capital sigue latente. Y el carácter recio y en ocasiones tosco de muchos de sus habitantes también. Pero eso es Motril, sus peculiaridades, sus defectos, sus virtudes...

Cuando ha terminado la reunión, causa de mi visita, quedaban tres horas hasta la siguiente cita, en Molvizar, otra población del interior pero cercana a la costa, así que he preferido almorzar en Motril. Antes de entrar al restaurante he paseado por algunas de sus calles. He ido a Las Explanadas, parque flanqueado por hileras de palmeras y terrazas con sillones de mimbre para tomar café por las tardes, cuando la brisa es más agradable. Allí hay niños aprendiendo a montar en bicicleta con sus padres, ancianos reunidos en torno a bancos de mármol y estudiantes que han terminado sus clases. Después he cruzado la calle y he ido a la Plaza de la Aurora, situada a unos escasos cien metros de distancia. Su trazo es irregular y no queda claro si está más cerca de asemejarse a un trapecio o a un triángulo. Bloques de cuatro pisos la bordean, y unos arbustos escasos y mal cuidados que pretenden ser un jardín dan cobijo en su centro a uno de esos toboganes verdes antiguos cuya pintura ha perdido todo su brillo por el desgaste del tiempo y el uso. Hay tierra en el suelo y los niños hacen cola para subirse al columpio. Las madres los observan tranquilamente unos metros más allá. Se escuchan gritos infantiles y carcajadas inocentes que aún no necesitan ser forzadas.

Desde el banco en el que estoy sentado, con el nudo de la corbata aflojado, el primer botón de la camisa libre y las mangas hechas un buñuelo, observo que otro niño dobla la esquina de forma apresurada y se dirige hacia el tobogán, pero al advertir que está ocupado viene a sentarse justo a mi lado, no sin antes lanzarme una mirada interrogatoria e inquisitiva. Parece un poco desconfiado, o tal vez sea una excesiva timidez encubierta. Creo que mi gesto ha sido conciliador porque finalmente se ha sentado a esperar su turno. Mide poco más de un metro, cuenta unos cinco años de edad, tiene el pelo negro y ondulado, aunque parece que demuestra cierta rebeldía ante el peine. Viste un chándal azul marino con franjas blancas y unas zapatillas desgastadas por darle patadas a un balón. El cordón de una de ellas está desatado, pero no parece importarle. Cuando le aviso me da las gracias en un tono casi inaudible e intenta anudarlo con un resultado tan desafortunado que al final opta por esconderlo en el interior de la zapatilla para que no le estorbe.

Tras unos minutos, ha observado cada movimiento y cada persona de la plaza para sentir que controla la situación. Tras ello, dirige los ojos al primer piso del bloque que tenemos enfrente. Asomada al balcón, su madre aguarda a que le dé la señal. "No hay peligro, puedes estar tranquila. Yo soy todo un hombrecito", parece pensar el niño. La madre, comprensiva pero madre, le regala una sonrisa y permanece inmóvil. "Está hecho un hombrecito, cómo pasa el tiempo". Después de este intercambio de gestos, la mirada del crío se pierde en algún lugar del universo y sus ojos quedan fijos en algún punto disperso. Ha dejado de estar en esta plaza. La imaginación que le proporciona su corta edad lo ha transportado a algún planeta propio en el que es un superhéroe o un valeroso guerrero. Corre más rápido que nadie, tanto como un caballo de pura sangre, es capaz de volar y tiene poderes extraordinarios como la telepatía. Reflejos de su afición a las películas de aventuras y de ciencia ficción, a los cómics y a los libros de piratas.

Al cabo de unos minutos parece volver a la realidad porque unas niñas de su edad están jugando cerca de nosotros y cuchichean entre ellas. Él, de repente, parece sentirse muy incómodo y su timidez se multiplica ante la embarazosa idea de que lo estén mirando a él. Yo experimento una sensación curiosa y divertida, un poco traviesa también. Todos hemos sido niños. Cuando observo que baja la cabeza y comienza a mover las piernas de manera alborotada y nerviosa, me decido a hablarle: "¿Es tu novia?". Sus mofletes comienzan a enrojecerse y casi me arrepiento de haberle hecho sentir tanta vergüenza, pero después de dudar un instante acaba por contestarme: "No, pero es guapa ¿verdad?". Una vez pasado el mal trago, sus ojos huidizos retornan a sus zapatillas y al cordón mal atado. Duda si volver a intentar anudarlo, pero parece desechar la idea y su mirada vuelve a perderse en el vacío.

Ha pasado un rato y los chicos del tobogán se han marchado por fin, momento que aprovecha el pequeño para acercarse y trepar por la escalera. Las vocecitas de las pequeñas féminas son constantes, y a medida que ellas aumentan el volumen de sus risitas, la cabeza del niño se acerca un poco más a su pecho, aunque el flequillo oculta su rostro. Si dependiera de él, toda la plaza estaría vacía. El tobogán es un compañero ideal porque no le pregunta nada, no emite risas incómodas y le permite ser el protagonista único y absoluto de sus aventuras. Han transcurrido unos minutos y parece que, con gran esfuerzo por su parte, ha conseguido aislarse del entorno para marcharse de nuevo a 'su' mundo. Al menos, eso es lo que parece por sus gestos: Imita el sonido de las explosiones desde el punto más alto del columpio y después se lanza por la pendiente de cabeza, ahogando el grito desesperado de un soldado en la batalla. Cae al suelo y vuelve a subir, corriendo tanto como si temiera que otros le arrebataran su castillo. Su madre, mientras tanto, continúa en la garita haciendo guardia y las niñas siguen mirándolo con curiosidad, sorprendidas y enrabietadas porque no les hace caso. Este niño es tonto, dicen sus caras. Pero a él ya no le importa nada, no hay nadie que interrumpa sus fantasías.

Él no lo sabe aún, pero dentro de unos meses su padre será destinado a un hospital de Granada y tendrán que marcharse a vivir a la capital. Sufrirá al principio, pero acabará siendo muy feliz en su nuevo colegio, donde encontrará compañeros de aventuras y una plaza más grande, con más jardines y más columpios. También con más niñas malvadas dispuestas a intimidarlo, algo que conseguirán con frecuencia. Atravesará momentos difíciles cuando sea mayor y otros serán mejores, pero todos le harán ser más fuerte. Viajará por otros países, conocerá a muchas personas con las que compartirá sentimientos de amistad y con las diablillas experimentará otro tipo de aventuras en las que no siempre será tan valiente pero sí tan ingenuo. Aprenderá de su paso por trabajos diferentes con los que no siempre disfrutará, pero crecerá en él la afición por escribir que hoy ya ha nacido en su interior. En un par de años, plasmará sobre el papel aventuras fantásticas e imposibles en las que sus amigos son valientes corsarios que buscan tesoros escondidos. En sus años de facultad, las historias cambiarán de protagonistas y de argumentos.

Él no lo sabe aún, pero dentro de veinte años volverá a esta plaza, pero ya no encontrará los dañados arbustos, ni el viejo tobogán verde, ni las diabólicas niñas. Ni siquiera existirá la Aurora que él conoce ahora. Sólo podrá ver una plaza desierta con cuatro bancos de diseño moderno en los que la gente nunca querrá sentarse y nadie se tomará un descanso en la plaza de su infancia. Sin embargo, no podrá frenar sus deseos de resucitar la memoria, aquellos recuerdos de su niñez que quedaron grabados para siempre en su mente, y cuando vuelva a la ciudad por motivos de trabajo querrá sentarse en uno de esos asientos que nadie utiliza. Y no verá nada, salvo el balcón del primer piso del bloque de enfrente con las persianas bajadas porque nadie habitará la casa desde la que su madre lo vigila hoy. Y, en ese preciso momento, cuando el dolor haga mella en su corazón, lo verá todo: el tobogán, los arbustos, las niñas... Las imágenes serán una cascada de sentimientos que irán a morir a sus ojos y lamentará que aquellos momentos se hayan alejado tanto, que la niñez sea tan fugaz y tan peligrosos los recuerdos...

Entonces, preso de la nostalgia, se verá a sí mismo doblando la esquina.


"La verdadera patria del hombre es su infancia"´
(Rainer María Rilke)

5 comentarios:

  1. Anónimo10:20 a. m.

    Me ha encantado! Muchas gracias por compartirlo...

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  2. Anónimo2:11 a. m.

    Él no lo sabe aún, pero dentro de unos años (menos de los que él cree) la afición por escribir se habrá apoderado de él, dominándolo.
    Él no lo sabe aún pero dejará de trabajar en cosas diferentes para escribir aventuras fantásticas y posibles.
    Él no lo sabe aún pero sus relatos e historias irán acompañadas con su nombre en las cubiertas de los libros. Y aquellos que hoy nos sentimos unos privilegiados por permitirnos disfrutar con su talento y su forma de escribir, esbozaremos una gran sonrisa...
    Mi admiración.

    Un beso grande,

    Una fan desde Pucela

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  3. "No hay lugar más inhabitable que donde se ha sido feliz" Cesare Pavese.

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  4. Anónimo6:24 p. m.

    Precioso.
    Su.

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  5. Anónimo9:58 p. m.

    Que lindo ñaño! Pero no me hagas echarte tanto de menos!

    Besikos desde Suecia

    ps. El otro dia volvi a encontrarme con un viejo amigo de la infancia. Los dos eramos muy idealistas y compartiamos ser amantes de sueños con un mundo mejor. Ahora, 5 años más tarde, resulta que trabaja en un boufet de abogados defendiendo las mismas empresas que antes criticaba. Me recibió en un traje negro y con un reloj carísimo contandome al ratito que le iban subir el sueldo de 3400 a 4000 euros. Y fue taaan triste verlo tan vendido, tan pobre de ilusiones. No teniamos nada que decirnos.

    Te prohibo trabajar hacer algo parecido!!!! asique ya lo sabes

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