domingo, marzo 11, 2007

La luz de los faros
















"Polvo en el aire
si emprendo el camino.
Tierra y cristales
si no puedo más"

('Polvo en el aire', de Quique González)

Todo sucedió en la mitad de un segundo. Dos faros se situaron frente a mí a demasiados kilómetros por hora. Por un instante dudé que nos quedara tiempo suficiente a ambos para cambiar de rumbo, de destino. Una milésima fracción de tiempo después, un brusco movimiento hacia dos lados, frenos desgastados, corazones electrificados, y el aire de reserva ahogado en los pulmones. Después, sólo silencio. Mis pies en el asfalto y mi cabeza en algún lugar que desconozco.

Cuando los focos te deslumbran no tienes tiempo para pensar en nada, pero cuando permanecen los destellos puede verse todo con más claridad. A veces, intentamos encajar en los moldes equivocados. Medidas iguales cortan los trajes. Durante un tiempo, con mucho esfuerzo, puedes permanecer incrustado a base de razonamientos erróneos, martillazos en estado monetario que siempre son insuficientes y a menudo dañinos. En mi caso, pronto quedará todo en polvo y pedazos de una etapa que tan sólo me habrá dejado un puñado de experiencias y muchas muestras de la condición humana. El desconsuelo resignado de personas atrapadas en días áridos que se alargan hasta el infinito. La arrogancia de quienes piensan que el éxito se basa en las posesiones materiales. La honestidad del que intenta levantar su pequeña empresa, o el sufrido esfuerzo del que evita que se caiga. La educada cortesía y los modales de corbata. La falsa apariencia de los poderosos, limitados a la creencia de que la seda de los trajes conlleva una pertenencia a su mismo clan.

He intentado, en todo momento, mirar más allá de ese mundo encorsetado que han creado las empresas, y casi siempre he tenido la oportunidad de llevarme imágenes honestas en el camino de vuelta a casa. Recuerdo a un anciano paseando por el monte en el que se cobija su pueblo con un paso tranquilo, respiración profunda y manos cruzadas a la espalda. La mirada plácida y la conversación amable. Me quedo también con otras postales: una carretera que bordea la marea; una arboleda solitaria que huye de los caminos y de los edificios; costumbres de un pueblo anclado en cualquier día de hace treinta años; una casa antigua por la que corretean niños que entran en el despacho de su abuelo buscando atención; un grupo de obreros que disfruta de la compañía que se prestan en un restaurante de carretera mientras están alejados del hogar; una pareja francesa que intenta explicar lo que quiere a un hosco camarero de la costa. Y, por supuesto, una regresión a la infancia, a mis años en Motril.

Me quedo con todo esto y renuncio a lo demás. No tengo claras muchas otras cosas, pero no quiero resignarme. Estar frente a la luz puede cegar, o puede regalar otro punto de vista, una nueva oportunidad para comenzar.

1 comentario:

  1. Anónimo8:14 a. m.

    Eso, que la luz de esos faros no te corte el paso y veas más allá...

    Me encanta leerte porque juntas palabras y haces postales y recuerdos...

    Un beso!!!
    Vanessa

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