martes, julio 31, 2007

La ciudad del hielo


... y de fondo: 'Momsong', de The Be Good Tanyas.

Llegué, como la novela de Almudena Grandes, con el corazón helado, no tanto por las turbulencias de un vuelo que siempre pareció demasiado largo y peligroso, sino por las lluvias de las últimas semanas, que también han parecido más extensas e inseguras que las anteriores. Nubes de una borrasca que había dejado demasiada calma tras de sí. Cuando llegué, aún sobresaltado por la cercanía de un final inesperado, no tuve tiempo de darme cuenta. Tardé un poco más. No fue tampoco durante el camino al barrio alternativo, cruce de calles similares y de colores contrapuestos, cuando lo advertí. La mañana siguiente, más reposado, desperté y me di de bruces con un pasado agradable que había perdido la costumbre de visitarme. El pasado, que había vuelto a ser presente, contempló los barcos del puerto desde el muelle de madera, primero, y desde la terraza de Herman's, después, intentando imaginar una vida tan libre... Pero aquellos pensamientos, meras delusiones de mundos más comprensivos, enarbolan banderas piratas, y muchas de mis cavilaciones suelen ahogarse antes siquiera de haber zarpado. Las otras, las que ya han fracasado alguna vez, siempre quieren hacerse notar.

Tras haberme esforzado por parecer menos carnívoro, un objetivo que desempeñé con cierto oficio casi hasta el final, fuimos a un local de jazz de cuyo nombre no puedo acordarme. Pero al menos tú lo sabes. Entonces alguna evidencia que aún no era capaz de definir se colocó junto a mí, entre nosotros, en el minúsculo espacio que nos habían dejado los demás, y entre las embestidas del camarero logramos disfrutar de un talento asiático que demostraba tener fuerza, al menos, para deslizar sus dedos por las teclas con mucho talento. Y junto a aquella diminuta artista, un saxofón arrancaba los aplausos de manos nórdicas. Las mías, sureñas, hacían un esfuerzo por no dejar caer la cerveza. Hasta eso nos distingue. Desde un punto intermedio entre el Sur y el Norte llegó el dueño de la elegante crepería, aquel gabacho templado sentado junto la puerta, esperando a las mujeres de su vida, con su delicado acento francés componiendo frases en un castellano parido con esfuerzo, pero con gracia. Y tú no conocías la bohemia de Aznavour...

Las rodillas, sin duda, son una parte delicada de los cuerpos. Si hubiera protegido de la misma manera las mías, supongo que mi paso habría sido más firme y menos tambaleante. Aunque, quizás, las lesiones serían las mismas. Con bollos de canela y cafés amargos, fuimos testigos de la pasarela de turistas en la plaza y en la catedral, y yo no era uno de ellos por mucho que mi pelo insinuara lo contrario. Los niños, al son de melodías cinematográficas, jugaban donde antes otros fueron quemados. Este es uno de los pasos importantes del progreso. Los diamantes sangrientos de Sierra Leona, sin embargo, hace que los hombres sean tan crueles como lo eran antes... ¿demasiada realidad para la ocasión?. Cúlpame por mis elecciones. Las tengo tan acostumbradas a ser desacertadas que podemos absolverlas. Me propongo como responsable solidario, o subsidiario, de las decisiones y las conversaciones que proporcionaron cualquier tipo de tristeza. Y, por entonces, ya pude vislumbrarlo todo.

El último día, abandoné una pena infinita en aquellas tumbas inocentes. La coloqué junto a los peluches, entre los cochecitos y las fotos de tonos sepia. Intentamos olvidarlo sobre el césped del parque, cuando devoré los renos del supermercado y se confirmó el fracaso en mi aventura vegetariana. Supongo que mi estómago necesita la carne como mi cabeza la nostalgia. "Demasiado melancólico para ser español", dijiste entonces. Y, en efecto, lo fui durante el concierto de The Be Good Tanyas en Pet Sounds. Una hora de predicciones futuras en las que soltamos amarras, y treinta minutos para descubrir una música suave y hermosa. Pero, de veras, siempre eché de menos el violín...

Fue entonces, mientras intentaba dormir tras la exótica cena, cuando me di cuenta de todo lo que habían susurrado los tres días. Son las personas las que otorgan carácter a las urbes, medida, ambiente y clima. Y allí, en la ciudad del hielo, fue donde encontré el calor que anduve buscando mis últimas semanas. Porque, no lo olvides nunca, los fuegos de invierno son aquellos que templan los corazones enterrados en la nieve.

Gracias otra vez, amiga.

5 comentarios:

  1. Anónimo12:54 p. m.

    ME ALEGRO DE QUE HAYAS ENCONTRADO EL CALOR QUE NECESITABAS

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  2. Hola Adrián.
    Ahora soy yo la que te he descubierto a ti.
    Un abrazo!

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  3. Anónimo5:07 p. m.

    Adrián, siempre escribes tan bonito... jo.

    Juntas las palabras, una a una y tus textos dicen mucho más de lo que cuentas, no se si te das cuenta pero es así, y me encanta.

    Un beso grande!!!

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  4. adrián!!! no sé que había echo pero no te encontraba por ninguna parte!!! menos mal que te recupero!!
    y, ahora me doy cuenta de tienes en la lista de músicos a Josh Rouse, que yo, en mi ceguera cantautoril, no había descubierto hasta ahora!! aish!!!
    espero que estés pasando un buen verano...
    besos!

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  5. pd. tendr� que dar una vuelta por la resta de artistas ;)

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