sábado, mayo 24, 2008

Figuras de arcilla


... y de fondo: 'Call Me On Your Way Back Home', de Ryan Adams.

Escucho crujir la madera del violín que suena de fondo. Después, sólo el silencio que me traslada hasta la playa embarrada de la costa noroeste de Inglaterra, a la que huí para no perderme. De aquellos días en los que contemplé todas las variedades de la lluvia, recuerdo un zumo de naranja artificial, unos guantes de plástico de usar y tirar y gorros de papel. Bandejas azules y aspiradoras. Acabado el primer turno, el parque de St. Annes. Sándwich, refresco de cola con sabor a vainilla y los únicos libros en castellano que había en aquel pueblo tranquilo. Benedetti sobre los viejos estantes de madera de la biblioteca. El cielo espeso y gris que contemplaba desde la parada de autobús. Jardines verdosos ante casas de juguete. El asfalto rojo del trazado de vuelta. Preston. La sensación de estar lejos de casa, pero cerca de mí mismo. Más cerca que nunca de los deseos, de lo imaginado, de lo esperado. Camille y París en la lejanía, en los sueños. Más tarde, también en mis ojos y en las palmas de mis manos. Hotel L'Avenue. Una tarde sobre el césped del emperador. Jardins du Luxembourg. La ciudad de la luz y un estremecimiento en blanco y negro. Un vuelo de regreso sobre la gran torre de hierro recortada por las sombras.

Después llegó la redención y la fuga hacia el universo esquivo. Podría haber sido para siempre. Lo había dibujado de otra forma. Viejas ilusiones envueltas en papel de periódico. Reportajes de días esfumados. Entrevistas con mis dudas. Un café con leche y un bloc de notas relleno con tachones. Fotografías a contraluz. Obras coloristas ocultas en un bajo del Zaidín. Pianolas recobrando vidas y sonidos. El primer vistazo al diario en busca de la firma conocida. Recortes y pedazos de papel protegido por fundas de plástico. Pedazos también amarillentos. García Márquez, Capote y Fallaci. Hacía tiempo que no estaba a solas, como ahora. Lejos del viento. Habitaciones alquiladas por arrendatarios desconocidos. Extraños. A veces, cuando cometo el error de no estar ocupado, miro hacia atrás. Sólo un segundo. Suficiente, sin embargo, para ver las ruinas lejanas. Edificios derrumbados. Cascotes esparcidos por las calles. Farolas rotas y humo gris. Soledad. Abandono. Esperanzas muertas que nadie ha retirado del camino. Batallas perdidas por un soldado sin destino. Tristeza.

En unos días, el viento regresará para llevarme hasta la arena. Cuando el huracán me arrastre esparcirá por el infinito esta nostalgia y los pedazos amarillos de papel volverán al cajón de mi viejo escritorio, testigo de las noches pasadas y de los días que no llegaron. La esencia de un universo de arcilla desmoronado. Tierra de figuras sin alma, ni vida, ni recuerdos.

Hasta las últimas tardes de septiembre, cuando caigan las hojas y los puentes.

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