jueves, diciembre 28, 2006

Banderas al viento

















* 'Naufragio', de J.M.W. Turner
... y de fondo: 'Adagio para cuerda', de Samuel Barber.
(http://www.goear.com/listen.php?v=028a02b)

Aún puedo recordarlo todo. Atravesaba una etapa oscura y me sentía atrapado en mi propio contexto, asfixiado por un entorno cuyo aire estaba viciado, cargado por los años y las rutinas. Salir de la ciudad era la única solución al problema. Las ecuaciones de mi vida tenían demasiadas incógnitas, había demasiados borrones en la hoja de cálculo, demasiados errores por despejar. Quería contemplar el cuadro desde una posición elevada, abstraerme de aquella realidad, alejarme de mí mismo.

Las heridas eran demasiado recientes y dañaban incluso los buenos recuerdos. La maldad tiene el pernicioso poder de contaminar a su opuesto. Mientras la imagen del cristal se desgastaba un poco más cada mañana, la deriva se apoderó de mi rumbo, y no pude darme cuenta de que los mejores momentos habían quedado tan lejos hasta que fue demasiado tarde para regresar. Con ellos quedaron atrás los tripulantes de la travesía por el mar del exilio. Sólo tuve tiempo de sostener un pequeño papel entre mis dedos, y aferrado a él, no tuve más remedio que remar hacia algún nuevo destino.

Al llegar a la costa británica pensé que la tristeza se había ido también conmigo por ser familiar de la nostalgia, porque el paisaje era nuboso y gris (como nubosa y gris era mi vida). La lluvia dio la bienvenida a quien nunca había querido formar parte de un océano tan profundo y extenso. El naufragio tuvo la tentación de visitarme, pero quiso esperar a que la sed fuera salvaje y las fuerzas escasas. Pasaron las horas, los días, las noches, y pensé que todo mi esfuerzo había sido en vano, que era imposible volver a una isla que no aparece en los mapas. Al borde de un ataque de desesperanza, vulnerable al golpe de un mar infiel a las buenas intenciones, estuve a punto de irme a pique contra las rocas de la realidad. Banderas negras al viento.

En el último suspiro de la felicidad que desprendía mi primer pasado, último nutriente que aún no había terminado de consumir, pude verlos. Fue entonces cuando aparecieron y entre la niebla se dibujaron siluetas, y entre mis pensamientos ilusiones. Con esfuerzo abrí los ojos, pues creía que todo había sucedido, y encontré manos ofrecidas dispuestas a ayudarme. Tras contarles mi odisea, su silencio fue cómplice de mi desahogo. Las palabras justas y precisas son a veces las más necesarias y cualquier ánimo de venganza quedó olvidado. El rencor que sitiaba mi mente no tuvo otra salida que la retirada, y el dolor hubo de morir en la arena. Una segunda oportunidad otorgó un fulgor reluciente a mis ánimos. Nuevos tiempos para comenzar a navegar con nuevas velas. Las noches en la cantina, el frente común contra los forasteros (que nunca fuimos nosotros), las fiestas de ron y canciones, las langostas, la caza de brujas. El resurgir. El alma restaurada.

Los amigos que me rescataron en la costa noroeste de Inglaterra me dieron muchas cosas, aunque ni siquiera ellos saben cuántas. Las cartas de navegación no pueden limitarse al papel, al igual que no hay diques capaces de retener todo el peso de un océano interior que ansía desbordar cualquier abismo. Desde hace meses surco nuevos mares, pero aún siento adherido a mi piel el salitre de aquellos días, y aún hoy, siempre que la tormenta me sorprende lejos de tierra firme busco aquella etapa, brújula de mi presente y mi futuro, para no sucumbir a los embistes de esta vida. Tengo la esperanza de que volvamos a encontrarnos en algún puerto. Y quiero pensar que tendré la ocasión de solventar mis deudas y compartir lo que conquistamos.

Banderas blancas al viento.

2 comentarios:

  1. Anónimo1:05 p. m.

    Sublime, como siempre...

    No conozco a Julio Valdeón, ¿qué me recomiendas? Estoy ansiosa! :)

    Besos!

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  2. ...me ha encantado descubrirte...yo también seguiré pasando por aquí...

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